Muchos grandes poseen como Jano, la deidad romana, dos caras. Quizás igual al dios latino que regía los principios y finales, las transiciones y los umbrales, esta doble faz les ayuda a mirar al pasado y al futuro simultáneamente sin padecer tortículis.
Bosch por ejemplo, decía unos disparates tan monumentales como sus aportes políticos y literarios: que a Caamaño lo trajeron cadáver congelado en 1973, que Peña Gómez era un degenerado o que los dominicanos merecíamos una dictadura con apoyo popular (siempre que la encabezara él). Ningún boschista se parece tanto a Bosch, diciendo enormidades difíciles de tragar, como Leonel Fernández.
Desde su docena de desmentidos argumentos sobre un fraude inexistente hasta la propuesta de usar cinco mil exmilitares para “garantizar su triunfo” en las elecciones de 2020, luce empeñado en bajar del Olimpo para en vez de expresarse como estadista, argüir como otro político del montón.
Lo más incomprensible es que gran parte de la sociedad, especialmente líderes con autoridad moral, callan –quizás con “vergüenza ajena”— ante este triste final…