La filosofía nunca ha sido una disciplina popular o best sellers. Porque el pensamiento, en esencia, nunca ha sido un espectáculo, como la música, el cine o el teatro. Sin embargo, ha habido filósofos populares: Sartre. En literatura, sí es posible fundir publicidad y calidad. Basta pensar en Neruda, Víctor Hugo o Dickens. Entre los griegos, los inventores antiguos de la filosofía -que la heredaron de las escuelas filosóficas hindúes-, esta ocupó el centro de su vida espiritual y cultural. Entre los alemanes, sus continuadores modernos, mucho menos, pues la filosofía siempre ha sido una pasión de iniciados o una sociedad secreta de pensadores. O, cuando no, de enigmáticas figuras, encerradas en una torre de marfil. La filosofía nunca ha salido a las calles, aunque dijo Nietzsche que “la metafísica se hace en las calles”. Si el amor se hace en las alcobas, la filosofía se escribe en las bibliotecas. La calle sirve de alimento a las palabras del escritor, y de espejo de reflexión, al pensador, pero altera la serenidad y el silencio, necesarios para nutrir el espíritu y la mente, el pensamiento y la razón. La filosofía, más bien, se alimenta de los libros y se metaboliza, a partir de experiencias de lectura de la tradición, con la asimilación de sus precursores y creadores.
Con el reciente éxito que tuvo en Argentina el filósofo esloveno Slavoj Zizek -el “Elvis Presley de la teoría cultural”, y filósofo mediático poslacaniano-, al hablarles a miles de personas, se confirma que la filosofía está de moda, y que ya no es una disciplina secreta. Durante una gélida noche, en un maratón, decenas de filósofos, disertaron ante ¡40 mil personas!, en su mayoría jóvenes, quienes se desvelaron escuchando las reflexiones y peroraciones de estos expositores. El público hizo colas de más de dos horas para adquirir pase de cortesía y así oír las videoconferencias. Por primera vez, en miles de años, los filósofos parecían estrellas de rock, a la manera de los Beatles, los Rolling Stones, Elvis Presley o Michael Jackson. Este es un fenómeno, cuya explicación haya que buscarla en el furor que están causando las redes sociales y las nuevas tecnologías. O porque los filósofos hoy están desplazando el papel de los psiquiatras y psicólogos. Fue un maratón de siete horas, donde no faltaron los selfies de los asistentes con los expositores.
Los filósofos antiguos, y aun los modernos, nunca se imaginaron que la filosofía pudiera ponerse de moda y convertirse en un espectáculo. Del ágora, la filosofía ha saltado al escenario, y salido de los muros de las academias. Quizás era esto lo que le faltaba: salirse del perfume academicista para conquistar a jóvenes y profanos, es decir: pasar de los doctos a los legos. De “madre de todas las ciencias”, a saber de especialistas, la filosofía se ha convertido en ángel de la guarda de las nuevas generaciones. Hoy muchos filósofos se leen como si fueran escritores, acaso no porque se hayan vulgarizado, sino porque han transformado su estilo de escritura y su forma de expresión.
En este congreso, desde luego, se abordaron temas de moda como la inmigración, la posverdad, la inteligencia artificial, el populismo y el medio ambiente. Si los fenómenos sociales eran analizados por los sociólogos, hoy son pensados por los filósofos, esos sociólogos del presente. Ante los miedos, las incertidumbres y el impacto de los artefactos tecnológicos en nuestras vidas, los filósofos habrá de ser los curanderos, sacerdotes y adivinos -como lo fueron los poetas antiguos- del futuro, y acaso los videntes de las transformaciones espirituales de la nueva humanidad.