Quedé conmovido hasta la mudez, real y virtual, al enterarme temprano ayer que Federico Henríquez Gratereaux nos ha dejado para irse a descansar a la eternidad.
Su edad superaba la mía por 21 años, pero desde que nos conocimos hace casi medio siglo siempre insistió en que lo tuteara.
Hace apenas dos meses nos vimos en un almuerzo para conversar sobre asuntos patrióticos igual que al inicio de nuestra amistad en casa de Luis Julián Pérez.
Este gran pensador dominicano, Premio Nacional de Literatura en 2017, estuvo entre mis escritores preferidos desde que leí su ensayo La Feria de las Ideas, en 1979, cuando él era secretario sin cartera encargado de relaciones públicas del presidente Guzmán y yo un bisoño reportero palaciego.
Desde entonces compartimos con frecuencia momentos muy agradables con nuestras esposas; mi hijo mayor y su nieta estuvieron juntos al iniciar la escuela.
Como director de El Siglo y luego en su columna en Hoy, fue un ejemplar periodista de opinión. En la televisión fui muchas veces su acompañante cuando José Israel debía ausentarse.
Su retiro del diarismo hace pocos años hizo que fueran menos asiduas nuestras conversaciones, pero a cada rato nos sorprendíamos uno a otro con alguna llamada sin motivo particular. Extrañaré muchísimo a mi querido amigo.