Entre los abogados es popular la máxima que reza “El derecho te da la razón, el procedimiento te la quita”. Con ella se busca dejar claro que no solo hay que tener razón, sino que es también necesario hacer las cosas en la forma correcta.
Esto no es solo aplicable al derecho, hay muchas facetas de la vida en las que esta lección es importante. Una de ellas es la participación en un sistema democrático.
En este no basta con tener razón, sino que los mecanismos que usamos para lograr nuestros objetivos tienen que ser compatibles con las reglas básicas del sistema en que vivimos.
Lo anterior viene a cuento por la decisión tomada por la Junta Central Electoral (JCE) la pasada semana, de permitir el voto separado para diputados y senadores solo en 26 provincias, manteniendo el voto simultáneo en las seis más populosas.
Decisión que me parece errada, y merecedora del rechazo casi unánime recibido. Mi esperanza es que el órgano electoral recapacite.
Esto no impide que, entienda inadecuada la manera en que algunos han querido convertir la crítica a la JCE en defenestración. En lugar de articular y explicar las razones de su rechazo a la decisión del órgano, se lazaron furiosamente a descalificar a sus miembros y a la JCE misma.
Para ellos, la decisión errónea de la JCE es señal de que ya las elecciones de 2020 están condenadas al fracaso y de que los miembros son todos corruptos y perversos.
Me pregunto, ¿qué concepto de democracia tiene quien entiende que solo su visión de las cosas es aceptable? ¿Qué visión de la humanidad tiene quien juzga que los demás no se equivocan, sino que actúan siempre perversamente? ¿Qué opinión tienen de sí mismos quienes no se detienen ni un segundo a considerar que quizás los equivocados son ellos? Lo cierto es que estas actitudes dañan la democracia.
Para muestra un botón: el tremendismo de unos pocos (porque fueron pocos) ahogó por momentos a las voces que sí explicaron con argumentos dónde y cómo se equivocó la Junta.
La descalificación constante de los otros no tiene otro efecto que el deterioro del ámbito de debate público y, con ello, de la democracia misma.
Las críticas son mejor, razonadas y mesuradas. No porque se grite más alto se tiene más razón.