Puede que muchos reclamos de ciertos articulistas inveteradamente severos con el Gobierno estén bien articulados en cuanto existe realmente un grave problema nacional con la corrupción e impunidad.
Hay muchísima tela por donde cortar cuando analizamos los detalles del escándalo de Odebrecht.
Pero el problema de la corrupción e impunidad no es sólo la cuestión de los sobornos, sobreprecios, fiestas sexuales o tráfico de influencias.
Igualmente preocupante es que una parte importante de los reclamantes o denunciantes actúan por interés puramente partidista, como si la sociedad dominicana estuviese dividida entre peledeistas podridos y virtuosos opositores.
Su ejercicio político, su desempeño profesional, su vida personal (y las obligaciones morales familiares y otras que impone el Código Civil), de muchos de estos profetas apocalípticos, indica que no poseen mayores virtudes cívicas ni mejores estándares morales que sus criticados.
No es que seamos todos corruptos porque no es así. La nación posee muchísima gente valiosa y honesta, sólo que rehúyen decir esta boca es mía o la vida pública para ahorrarse tan mala compañía.