Cualquier visión realista del mundo reconoce que no siempre se puede tener todo lo que se quiere. De hecho, lo más común es tener que escoger entre opciones imperfectas. Nada nuevo para quienes saben que la realidad es muy distinta de los deseos.
Lo anterior es particularmente cierto cuando se trata de la actividad económica. Todos quisiéramos vivir en un jardín encantado, en el cual la naturaleza no sea tocada, pero con las comodidades y la calidad de vida propias del mundo moderno.
Lamentablemente, no es posible. Como señalé, la vida nos presenta opciones imperfectas y a estas debemos atenernos.
Como consecuencia, para vivir en una sociedad con aspiraciones realistas de superar la pobreza es necesario hacer uso de los recursos naturales del territorio.
No quiere esto decir que renunciemos a su gestión responsable, ni que demos por buenas prácticas destructivas. Todo lo contrario, la actividad económica debe ser responsable, pero también las posiciones frente a esta.
De tal forma que no se puede pretender un modo pastoralista, que por demás no ha existido nunca, ni querer hacer realidad concepciones bucólicas de la relación con la naturaleza.
Lo que procede es equilibrar responsablemente el derecho constitucional a un medio ambiente sano con el interés, también constitucional, por el aprovechamiento racional de los recursos naturales.
Esto es válido para la minería, el turismo, la agricultura y todas las actividades que implican una afectación directa o indirecta del medio ambiente.
La alternativa propuesta por una visión extrema de la conservación natural no es una vida digna en un medio ambiente sano, sino la pérdida de oportunidades sin garantías de protección al medio ambiente.
No es casualidad que una de las principales causas de deforestación en el país haya sido en el pasado la quema del bosque para obtener carbón porque buena parte de nuestra población no podía costearse una estufa de gas.
No es justo ni correcto –ni tampoco lo que la Constitución ordena– ignorar los avances científicos que permiten armonizar la explotación de los recursos naturales con el cuidado medioambiental.
Pero, sobre todo, no es sensato renunciar a la explotación de nuestros recursos naturales si nuestra meta es disminuir la pobreza. Es un falso dilema.