Conozco tigres afeitados que se precian de serios e impostan ser pendejos, porque mediáticamente se han querido construir una imagen distinta a la que trasuntan sus reiteradas incursiones dizque honoríficas en el sector público, donde sus pocas luces demuestran cuán dañina es la falta de reales destrezas gerenciales y honestidad genuina.
¡Hasta ofrecen cátedra de ética y moralidad! Es un patético ejemplo de lo que los psicólogos llaman efecto Dunning-Kruger, un defecto cognitivo que lleva a carenciados, además con pocas destrezas o conocimientos, a sobrestimar groseramente su competencia.
Al medirse objetivamente o compararse con sus pares resalta su mediocridad. Una emblemática muestra la ofreció recientemente uno que, para revestir una diatriba con algún trazo de inexistente erudición, citó a Bischoff erróneamente para aludir a mi gordura.
Sus estudios sobre la relación del peso del cerebro con la inteligencia, del siglo XIX, demostraron lo contrario a lo que quería alegar el polémico intrigante. Me recuerda cómo Churchill despachó a un idiota diciéndole: “eres un pobre hombre con mucho con qué justificar tu humildad”.