La vida se puede resumir como una suma de experiencias que, sobre la marcha, van modificando nuestro carácter e ideas y nuestra percepción del mundo. Quizás, eso es lo que se denomina madurez o experiencia adquirida.
Recuerdo, ya hace poco más de dos años, cuando entré por primera vez a la que, para esos entonces, era la sede de la Embajada de República Dominicana en la urbanización Las Colinas. Recuerdo que el camino recorrido me impresionó por las grandes residencias y la cantidad de árboles y arbustos que se dimensionaban en las penumbras.
Al día siguiente observé en detalle la naturaleza que es parte consustancial no solo de Managua, sino de toda Nicaragua. Árboles poblados de hojas de una infinidad de matices de verde parecían ocupar todos los espacios. Incluso no oculté mi asombro cuando observé, en medio de una calle y protegido por un pequeño muro de ladrillos, uno muy frondoso que provocó mi admiración por su intenso verdor y gran belleza.
Pregunté al conductor por el hecho y le comenté que, al parecer, quienes dirigían los destinos nacionales debían ser personas muy amantes de la naturaleza.
Me contestó que en el país existe una rigurosa legislación orientada a proteger la flora. A veces, cuando llovía, me situaba en un lugar en el que pudiera observar el siempre enaltecedor espectáculo. Me sentí fascinado por los amaneceres y los atardeceres, las formas que asumen las nubes, las numerosas avecillas y sus cantos a todas horas del día. Posteriormente, realicé varios viajes al interior del país y mi emoción fue desbordante.
Ciertamente: la naturaleza se manifiesta en Nicaragua de una manera gloriosa y desbordante. Por doquier uno tropieza con una flora maravillosa, montañas, valles y lagos, las nubes que asumen formas complejas, el cielo tan azul como un sueño.
Pensé, con cierta tristeza, cómo los intereses creados han provocado una devastación terrible de nuestra media isla. Hay descripciones afortunadas de lo que una vez fue la tierra dominicana y el intenso y casi impenetrable bosque que eran nuestros campos, valles, montañas.
Creo haber leído sobre el tema, comenzando por el libro de Sánchez Valverde y la maravillosa Geografía dominicana elaborada por el padre jesuita Santiago de la Fuente. Lamento que, desde hace tiempo, no escucho sobre campañas sistemáticas de reforestación, aunque sí hemos leído sobre muchas devastaciones provocadas por gente desaprensiva.
Nicaragua ha sido para mí un aprendizaje invaluable. Por ejemplo, considero admirable la presencia de los cuerpos castrenses en áreas donde se escenifican grandes cosechas de rubros como el café y el tabaco que son esenciales para la estabilidad financiera del país. La vigilancia sobre mares, costas y fronteras es rigurosa y este ejercicio ha incrementado sustancialmente la seguridad ciudadana y el combate a la delincuencia.
La discreta, pero eficiente vigilancia de un cuerpo policial muy bien entrenado y de convicciones patrióticas ha sido un obstáculo descomunal para quienes pretenden alterar la tranquilidad ciudadana. Por eso, este país se puede considerar, uno de los más apacibles del continente.
He leído sobre el uso masivo de energías renovables. Hay un respaldo significativo al arte y la cultura y las publicaciones de libros alcanzan un nivel muy elevado. La educación, la salud ciudadana, la alimentación, el acceso a la educación superior son de una importancia capital para las autoridades.
Es importante valorar las experiencias de un país que ha rescatado sus acuíferos urbanos, que fumiga y vacuna todos sus espacios de manera sistemática, que pone atención vital a los ámbitos fronterizos, que invierte enormes recursos en educación, cultura, salud y alimentación, y que levanta a los cuatro vientos la bandera de sus principios indeclinables.