Hace tiempo alguien sabio me dio un buen consejo: si quieres algo de una persona, díceselo claramente.
Confieso que lo practico menos de lo que debiera y me dejo llevar por la dulce y egocéntrica tentación de las expectativas: esperar que sea el otro quien entienda, asuma, averigüe y capte aquello que quiero y necesito.
Mal camino. Y cuántas decepciones acarrea. Es así, nos decepcionamos porque los demás no nos den, hagan o digan lo que esperamos de ellos. Pero si lo analizamos fría y sinceramente, nunca se lo hemos comunicado de forma clara y directa.
He pensado mucho en eso, y no sé en qué momento de nuestras vidas es que nos transmiten que es mejor esperar, que pedir y comunicar. Quizá suene brusco eso de pedir, pero al final creo que evitaríamos malos entendidos, tiempo y sobre todo, y repito, decepciones.
Qué decir de la otra parte. Que siente que algo pasa, pero no lo sabe, porque si no le decimos aquello que esperamos, nos cerramos aún más en comunicarle que nos sentimos mal por eso. ¿Qué pasa? Pues que dejamos de relacionarnos con esa persona o, si no se puede, llega el momento en que explotamos y le recriminamos todo, a veces por una tontería, y aún entiende menos qué está pasando.
No basemos las relaciones en expectativas, no funciona, tratemos de ser claros, directos, verbalizar aquello que queremos, que no significa exigir, ser agresivo; es comunicar de manera asertiva para que de esa forma los demás tengan claro aquello que necesitamos y, después de ahí, que lo hagan o no es su decisión pero no podrán aducir que no se enteraron. Igual hacia la otra vía, traten de saber qué se espera de ustedes.
Les aseguro que su nivel de frustración bajará y mucho.