A usted le bastaría con aproximarse a su intimidad para comprender sus sueños, sus ilusiones. Si lee la historia de este pueblo, sus esfuerzos y sacrificios, descubrirá las pavorosas adversidades que ha enfrentado para hacer realidad aspiraciones y anhelos.
Tocar su alma, remontarse sobre ríos, montes y ciudades de la isla, sería maravilloso para identificarse con lo que podríamos denominar su “espíritu nacional”.
La sonrisa y la alegría del dominicano son envolventes como el aroma de una flor y la belleza prodigiosa de una mañana de suave lluvia acariciada por los rayos de un sol muy tibio. Nuestra gente posee tal diversidad de rasgos que su perfil se vierte en una asombrosa pluralidad de colores y gestos.
Sea paciente hasta encontrar en esa diversidad infinita, un único ser humano y la coincidencia y similitud de sus anhelos y aspiraciones. Cuídese de su ira, su desencanto y su frustración.
Hace días me detuve en un pequeño parque en honor del patricio en la zona colonial. Su rostro es siempre amable, una suma de compasión y firmeza. Parece mirar hacia lo lejos, como todos los visionarios.
Es cuando se descubre ese aire captado y reproducido por la sensibilidad del escultor: el hombre que sueña. El mismo que añoraba la distante Europa y la entereza de sus instituciones. El hombre centrado en un presente y un futuro promisorio para la tierra que lo vio nacer.
Cuesta abandonar este ámbito de ideas e introducirnos en la dura realidad de estos momentos. Un virus mortal que se enseñorea sobre todos dejando una estela aterradora de infectados y muertos.
Un país pasmado y aturdido ante el panorama catastrófico que ha dejado tras de sí el ejercicio gubernamental más devastador y perverso de toda nuestra historia.
Un Estado cuyas finanzas han sido explotadas más allá de todo límite por depredadores que todavía creen de manera ilusa y absurda que la justicia nunca tocará sus puertas y que la perspectiva del castigo y la confiscación de bienes mal habidos no representan una posibilidad que turbe su gozo, su bienestar y su impunidad.
Una situación económica que limita con el colapso.
Un pueblo consciente de la hazaña de haberlos desalojado para siempre del poder, aunque agobiado por la inmensa tarea de una reconstrucción y una normalización que costará inmensos sacrificios.
¿Qué late en el corazón del dominicano? El anhelo de un sistema judicial que evalúe con certidumbre y objetividad el delito y que aplique con rigor los castigos a quienes han transgredido la ley.
Un país donde sea pulcro el manejo de los recursos públicos y las oportunidades y el progreso verdadero sean reales, en el que exista seguridad en las calles, y la compensación del que trabaja con honestidad sea la correcta, donde el sistema exalte nuestros valores tradicionales y abra las puertas de un futuro promisorio para jóvenes y adultos.
Es un sueño que nació con la misma nacionalidad dominicana. La derrota recién sufrida por los depredadores es una puerta que se abre hacia la civilización y el orden, las oportunidades, la tranquilidad, la paz, el trabajo honesto y remunerador, la satisfacción espiritual
No basta con el esfuerzo realizado.
Es imprescindible la convicción de que en cada uno de nosotros prevalezca la idea y la responsabilidad de que estos sueños no se frustren nueva vez. La vigilancia, la participación responsable y decidida, hacer valer la verdad y la vigencia de nuestros sueños, son el norte a seguir. Nadie, salvo nosotros mismos, hará realidad esa Patria que deseamos y con la que soñamos.
Es , ya, la hora de que asumamos de forma definitiva la responsabilidad de nuestro destino y propósitos y el destino de la Patria que nos vio nacer.