Examen de conciencia

Examen de conciencia

Examen de conciencia

Roberto Marcallé Abreu

El arribo del “año nuevo” colmó nuestros cielos de elaboradas formas y luces de mil colores. Una ciudad apacible observada desde todas partes por miles de personas, ofreció un formal recibimiento a un nuevo estadio de nuestra existencia individual y colectiva: 2022, el año que sigue a la gran crisis política y sanitaria que alteró de forma grave las vidas de todos.

Presumo que mientras las luces de fuego diseñaban maravillosas imágenes en las oscuras dimensiones del cielo, entre nubes difusas y estrellas distantes, todos y cada uno de quienes habitamos esta tierra hizo a su manera aquel ejercicio recomendado por los sacerdotes católicos: el examen de conciencia.

Este pueblo dominicano nuestro ha cambiado. Y es un cambio profundo. Ha aprendido que cada uno de nosotros debe asumir la responsabilidad del destino colectivo.

La tecnología ha colocado en nuestras manos mecanismos muy poderosos para ejercer ese poder. No es, solo, un esquema de distracción, y de ejercicio social ininterrumpido.

La presencia ciudadana responsable es determinante para que esta capacidad de comunicación, de compartir y discutir criterios y adoptar acciones, sea situada al servicio de los intereses ciudadanos.

La Patria nos necesita. Y nos requiere con urgencia. Estos son momentos cruciales y es mucho lo que involucra esta apuesta. Nadie debe ni puede permanecer indiferente.

De nosotros depende salir a camino sobre bases firmes o ser arrojados al piso y arrodillados por las circunstancias y las adversidades.

Ese pueblo, ya hace poco más de un año, tomó una decisión crucial situando a un lado del camino un liderazgo que se dejó seducir por el lado oscuro y equívoco de un poder cuyo ejercicio idóneo es vital para engrandecer la Patria que nos legó Duarte.

Esa decisión sabia y suprema situó al frente de nuestros destinos a un hombre sereno, de sonrisa amable, que nunca desciende al insulto ni a las actitudes desdeñosas, equilibrado, un trabajador incansable cuya mirada está proyectada hacia adelante y cuya preocupación fundamental es ese pueblo nuestro que tanto ha padecido la maldad, la desidia, la ambición ilimitada y los apetitos desaforados.

Gracias a un ejercicio sin estridencias ni irrespetos, unificador, el país ha iniciado su marcha hacia nuevos horizontes. Se ha puesto de pie.

Ha dejado de lado el pesimismo y el espíritu de derrota. Los resultados están a la vista y se perciben en todas partes.

La fe renace y nos hace imaginar a un corredor olímpico cuya marcha indetenible le hace digno de portar la corona.

Una sustancial cantidad de nuestros males empiezan a ceder. La justicia procede de manera indeclinable investigando los pozos de corrupción y de perversidad sin límites del pasado.

La producción y el turismo se recuperan. Aunque con altibajos propios de su morbosidad, la pandemia cede.
El país se normaliza aceleradamente. Se dan los pasos para levantar un muro fronterizo que permita el control migratorio y el tráfico de productos y frene el desorden y el desafuero de decenas de años.

Debemos dar las gracias porque, a pesar de tantas adversidades, se nos ha permitido, mirar de frente la luz del sol. Pero es largo y difícil el camino que nos resta. Reconstruir la Patria depende de todos y cada uno de nosotros. Esforcémonos.