Conmemoramos hoy el 179 aniversario del nacimiento de Eugenio María de Hostos, figura señera de las Antillas y de América, a quien debemos rendir todos dos dominicanos y dominicanas tributo perenne de gratitud por todo lo que realizó con su pluma y con su acción en favor de nuestra transformación social a través de la educación y la lucha denodada contra la barbarie en todas sus manifestaciones.
Adentrarse en el estudio de la vida y el pensamiento de Eugenio de María de Hostos (1839-1903), implica, ante todo, procurar comprender las diversas y agitadas circunstancias vitales y políticas que jalonaron su existencia. Fue un insaciable peregrino del ideal, un mártir errante que, cual Sócrates moderno, profesó hasta su muerte, una fe inusitada en el hombre y en las posibilidades de su razón para elevarse en su dignidad y en su decoro.
Conforme expresara el filósofo mexicano Mauricio Magdaleno, Hostos fue “un acontecimiento de América” y de ello tenemos muestras más que evidentes todos los dominicanos, toda vez que desde su arribo a Puerto Plata en 1875 para encontrarse con nuestro Luperón, Betances y otros tantos luchadores por la libertad de las Antillas, no tuvo un solo momento de sosiego para, en medio de los sinsabores, las estrecheces y las persecuciones, consagrar todos sus desvelos a la sublime causa de nuestra libertad, para lo cual comenzó a sembrar los cimientos de nuestra reforma educativa.
Al producirse su nacimiento en 1839, Puerto Rico se encontraba bajo los grilletes de España y arribó a la “Madre Patria” cuando era apenas un imberbe adolescente y febril. Arribó, específicamente, a Nervión, Bilbao, en 1852, a cursar sus estudios secundarios en el Instituto de Segunda enseñanza de aquella localidad. Adviértase que contaba apenas con 12 años de edad, etapa del desarrollo psicológico donde la sensibilidad se abre a las relaciones interpersonales y al mundo circundante.
Bilbao, dado su estructura social y su avanzado desarrollo industrial y minero, era un bastión indiscutible del conservadurismo-que encarnaba el gobierno de Isabel II-, quien gobernó España durante 35 largos años, desde 1833 a 1868. Es allí donde comienza a hacerse fuerte su vocación de redención social pero en 1857 se traslada de Bilbao a Madrid, para matricularse en la carrera de Derecho en la Universidad Central.
Gracias a las más recientes investigaciones de los profesores López Cantos y González Ripoll, conocemos con mayores detalles la trayectoria de la relación de Hostos con España, tarea que guarda continuidad con el esfuerzo de muchos intelectuales antillanos por destacar sus méritos humanos e intelectuales; tal el caso de Pedro Henríquez Ureña y Juan Bosch en Santo Domingo, Rufino Blanco Fombona en Venezuela, su hijo menor el historiador Adolfo de Hostos y Ayala, Antonio Pedreira, Maldonado Denis y Cataluña Rigoberto en Puerto Rico. A estos se le suma, cómo ignorarlo, Antonio Caso en México, y Carlos Arturo Torres en Colombia, entre otros autores, que sería pecar de prolijo enumerar.
Julio Nombela, uno de sus compañeros de aquella germinal etapa universitaria, lo describe de este modo (Impresiones y Recuerdos, Vol., II, Pág. 337): “Eugenio María de Hostos cumplido veinte años, parecía un hombre de cuarenta: formal, serio, reconcentrado, taciturno con frecuencia, amante siempre de su país y dispuesto siempre con la palabra, la pluma y, en caso necesario, con su propia persona a sacrificarse por sus compañeros”.
Su vocación libertaria no tardo en manifestarse en el agitado Madrid de entonces, participando junto a otros jóvenes revolucionarios de su época en la famosa “noche de San Daniel” en protesta por el régimen esclavista que perpetuaba España. En aquel momento se afianza su convencimiento de que no existía una verdadera voluntad politica para enfrentar esta odiosa institución y retorna a América para encauzar sus aspiraciones y denuedos en favor de la libertad de los pueblos antillanos.
Ya nos referimos en párrafos anteriores a su encuentro con Luperón en 1875. Su amistad fue fecunda, consecuente, invariable hasta la muerte. No obstante, tuvo que soportar Hostos las malquerencias del tirano Ulises Heureux “Lilis”, que, abandonando su filiación con los ideales del paladín Puertoplateno y del partido azul, instaura progresivamente una de las más sanguinarias dictaduras que conoció nuestra américa en el siglo XIX.
En ningún momento cedió a las lisonjas y manipulaciones del astuto dictador, siendo celebre, entre otras, aquella anécdota según la cual, al momento en que Lilis le recibe en su despacho le expresa: «¡Le recibo como Napoleón a Talleyrand!». A lo que Hostos respondió sin inmutarse ante tan sutil pero capciosa galantería: «¡Ni Usted es Napoleón ni yo soy Talleyrand!».
¡Es mucho lo que los dominicanos, las Antillas y América debe a Hostos! El Profesor Bosch, como sabemos, siempre reconoció su deuda impagable con el gran “maestro de América”, teniendo la fortuna de ser escogido a comienzos de 1938 para transcribir los originales de los escritos del maestro cuando se preparan las obras completas para el centenario de su nacimiento, en 1939.
De su devoción por la vida y obra del maestro surgió su hermosa obra “Hostos el Sembrador”, donde se consignan aquellas palabras memorables: “…si mi vida llegara a ser tan importante que justifica algún día escribir sobre ella, habría que empezar diciendo: “ Nació en La Vega, República Dominicana, en 1909 y volvió a nacer en San Juan de Puerto Rico, el 30 de junio de 1938, cuando la lectura de los originales de Eugenio María de Hostos le permitieron conocer qué fuerzas mueven, y como la mueven, el alma de un hombre consagrado al servicio de los demás”.
Y en el prólogo a la edición puertorriqueña de “Hostos el Sembrador” en 1976 expresó estas palabras sobrecogedoras: “…no me avergüenzo de haber sido idealista. Me hubiera avergonzado de traicionar a Hostos después de haberlo conocido. Y no lo he traicionado. No soy el idealista que el formó; pero sé que, si el viviera, los dos estaríamos en las mismas filas, naturalmente, el como jefe y yo como soldado”.