Cuando las actitudes que asumen las diferentes franjas de la sociedad con respecto a temas de interés general se polarizan, a las dificultades propias que están implicadas en los asuntos de que se trata, suele añadirse la que procede de la exaltación de las diferencias, la alteración del ánimo y la exageración.
Si carecemos de actitudes y destrezas sociales, así como de entidades de arbitraje y representación adecuadas, entonces el resultado es que la generación de consensos se dificulta, la cohesión social se afecta y las soluciones son más difíciles de alcanzar.
En los últimos dos años hemos percibido cómo frente a varios temas de la agenda pública se han configurado posiciones que han dificultado la producción de soluciones y avenencias, incrementando el costo social de los procesos de decisión.
Una sociedad tiene que tener la capacidad de llegar a acuerdos y procedimientos formales e informales de deliberar acerca de los desacuerdos sociales. Esta es una condición cardinal de la convivencia y la cohesión.
Mejorar continuamente esas capacidades es un compromiso tanto de los responsables del gobierno, como de los actores políticos, económicos y sociales.
Pero también de quienes contribuyen a la formación de la opinión pública así se trate de generadores de opinión establecidos como de cualquier ciudadano o ciudadana que, utilizando las herramientas de comunicación multidireccionales que hoy existen, propicie la formación de opiniones y la creación de sentido.
Los desafíos que tenemos como sociedad exigen que seamos responsables en el ejercicio de esa construcción social de opinión y consensos.
Hay grandes temas acerca de los cuales debemos llegar a acuerdos. Si no nos sobreponemos a la tendencia a fragmentar y exaltar las discrepancias será mucho más difícil avanzar superándolas.
Construir la capacidad de consensos, respetando las diferencias, es una de las tareas en las que debemos concentrar muchos de nuestros esfuerzos.