En la pasada Bitácora para lúcidos citaba cuatro casos en el que el reconocimiento del cuidado de la vida de los demás o justicia era la condición previa para cualquier esperanza que se tuviera en cualquier forma de existencia allende la muerte. Y enfatizo que hablo de “esperanza”, ya que nadie tiene la certeza de lo que acontece una vez finaliza la función cerebral que hoy tenemos como criterio último de la muerte. Citaba al Libro de los Muertos del Egipto Antiguo, el texto veterotestamentario de Isaías, la República de Platón y el Evangelio de Mateo. Históricamente la muerte ha sido definida de varias maneras, en gran medida por el conocimiento que tuvimos sobre la misma. Inicialmente se pensaba que era el aliento porque cesaba a la hora de la muerte. Era el ruaj o pneuma, que luego latinizamos como ánima y es lo que hoy denominamos alma. Posteriormente se descubrió la importancia de la circulación sanguínea y apelando a textos antiguos se consideraba que la vida estaba en la sangre y recientemente la ciencia nos permite establecer que la verdadera muerte es la cerebral, cuando cesan las funciones superiores de dicho órgano.
Todo lo anterior a ese momento es vida humana, con posibilidades y límites, pero vida al fin. Enrique Dussel señala que: “La vida de la que hablamos es la vida humana. Por humana entenderemos la vida del ser humano en su nivel físico-biológico, historicocultural, ético-estético, y aun místico-espiritual, siempre en un ámbito comunitario. Nada mas lejos de un biologismo simplista o materialista cosmólogico”. Esta cita está en la página 618 de su obra Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión. Quienes defendemos la vida, de verdad y no como pose, no podemos reducirlo a la existencia del embrión, hay que defenderla a lo largo de la existencia del individuo y eso incluye defender su integridad, el derecho a la educación y la salud, a un trabajo digno y remunerado adecuadamente, a la participación política y cultural, a la libertad en sociedad y el derecho a tener sus propias ideas y expresarlas.
No es posible defender la vida y ser mudo frente a la explotación laboral, a los femenicidios, al derecho de pensamiento y expresión, al uso correcto de los bienes públicos para tener salud y educación. Estar a favor del racismo, la xenofobia, la misoginia, la “mano dura” de la policía, los fraudes electorales, el enriquecimiento mediante la plusvalía o la imposición de doctrinas políticas o religiosas para toda la sociedad, no es defensa de la vida, al contrario, es defensa de la muerte.
Sigue afirmando Dussel en la misma página de su texto: “La vida humana de la que hablamos no es un concepto, una idea, un horizonte ontológico abstracto o concreto. No es tampoco un «modo de ser». La vida humana es un «modo de realidad»; es la vida concreta de cada ser humano desde donde se encara la realidad constituyéndola desde un horizonte ontológico (la vida humana es el punto de partida preontológico de la ontología) donde lo real se actualiza como verdad practica”.
Por tanto, afirmar la defensa de la vida es previo a todo razonamiento o creencia. Levinas, un filósofo muy influyente en Dussel, afirmará que el fundamento no es la ontología, es la ética. La apertura al otro, la llamada alteridad, es el punto de partida, y el diálogo la única relación humanamente digna. Por eso son tan importantes los textos de Isaias y del Evangelio de Mateo, para los cristianos, porque se centran en el reconocimiento de la dignidad de todos los seres humanos, sin importar sus ideas o creencias, sus formas de vida u opciones existenciales.
Todo el que odia a otro ser humano por cualquier motivo no merece llamarse cristiano. Incluso la cómoda postura de algunos que “respetan” con indiferencia es condenada en el texto bíblico como hemos visto. Es la postura de Caín: “¿Acaso soy guardián de mi hermano?” Se impone ocuparnos del bienestar de los demás hasta donde nuestras fuerzas, talentos y posibilidades lo permitan. Si la vida personal no se ordena en función del servicio y el cuidado de los otros, especialmente de los más pobres y marginados, es puro egoísmo, codicia, ansias de poder y ejercicio de la violencia. El cuidado por los demás es criterio esencial para la vida y cualquier esperanza que tengamos allende la muerte. Nadie queda excluido.