La sociedad dominicana vive períodos relativamente cortos de tiempo en los que se producen escándalos o alborotos sacudidores como resultado del sometimiento a la justicia a altas figuras de la burocracia civil o militar, acusados de actos de soborno, peculado, malversación, fraude; en fin, actos de corrupción.
Entendemos por actos de corrupción los de violación de las normas públicas o privadas, sancionadas o imperantes en una institución o sociedad, con fines de obtener beneficios propios o de grupos.
La corrupción por lo general es motivada por grandes necesidades o por codicia. Y en nuestra opinión en el caso que nos ocupa, el factor fundamental es la codicia.
Estos actos tienen la particularidad de que son producidos por personas que han cursado estudios académicos, que se han hecho profesionales, o personas que han desarrollado una extensa carrera militar.
La circunstancia de poseer una profesión hace que el acto inapropiado sea sujeto de mayor asombro y de mayor daño, dado los conocimientos del actor, y en el caso de los burócratas militares, con rangos elevados, ocasiona un gran escarnio por la disciplina y por el pundonor que se le supone al militar.
Hoy presenciamos numerosos comportamientos inaceptables de profesionales del derecho, de la salud, de la ingeniería, etc., que anteponen, su interés particular al interés público; igual padecemos la existencia de militares que, prevaliéndose de su poder militar, incurren en el desvío de fondos públicos para uso particular
Todas las conductas a que hacemos referencia no se dan por falta de normativas en el país y sus instituciones.
El problema es mayor, pues se trata de una conducta que burla las reglas. En el añejo texto “Código de Justicia de las Fuerzas Armadas (Reglamento Militar Disciplinario) preparado y anotado por Eugenio José Peláez Ruiz (1984), se exponen con toda claridad, en las páginas 121 y 122, Articulo 222 y 223, que cualquier militar “…que distrajese de sus legales aplicaciones en provecho propio o en el ajeno, o lo administrase de una manera indebida, se castigará con la pena de la detención”.
El caso de los profesionales corruptos, entiendo que, su formación ética, además de que debería tener un punto de inicio en el hogar, reciben una asignatura de ética prácticamente al final de su carrera, cuando la personalidad y conciencia del profesional están forjadas.
Soy de los que creen que en el país hay un grupo importante de personas que son ramas torcidas, muy difíciles de enderezar, pero pienso, al mismo tiempo, que con un trabajo tenaz de formación ética a nuestros infantes y adolescentes, podremos lograr el surgimiento de correctas y honestas generaciones.
Por eso me atrevo a proponer la formación ética y de valores de nuestros niños y niñas en el nivel básico escolar, es decir, en los momentos de su primera formación.