Llegué de visita a Puerto Plata a mediados de los años 80. Acompañaba a Manuel Matos Moquete y Jacobo Walters. Junto a ellos, fui invitado a impartir talleres de poesía a jóvenes que respondían a la motivación de una mujer singular, tierna y férrea a la vez. Me esperó con una sonrisa y un abrazo la responsable de la Sociedad Cultural Renovación, doña Lilian Russo de Cueto.
Con la naturalidad de las cosas que tienen lugar sin predestinado porqué, nació entonces una amistad, una complicidad en favor de las artes y las letras, para la niñez y la juventud de la Novia del Atlántico, que trascendió nuestras personas hasta conjugar nuestras familias.
Innúmeras veces atravesé la media isla, desde las tranquilas orillas del mar Caribe hasta las aguas más despiertas del océano Atlántico, para compartir con los jóvenes puertoplateños las claves técnicas que podían ayudarles a desentrañar el misterio de la poesía y conocer mejor las exigencias del lenguaje estético.
Solían ser varias jornadas por año, no sólo para la poesía, sino también para la narrativa, el ensayo histórico y la música, a cargo de auténticos creadores y expertos, que llegaban allí con el ánimo de enseñar.
De esta forma, doña Lilian y su valioso equipo de colaboradoras entendían que los niños y jóvenes participantes de los talleres estarían preparados para afrontar cada año el reto de los concursos “Por nuestro país primero”, de cuyos estímulos surgieron importantes representantes de las letras y la música puertoplateñas de hoy.
Tuve, en su inconmensurable sentido humanitario, a una madre putativa, mis hijos a una cariñosa abuela postiza y legiones de jóvenes de Puerto Plata y todo el Cibao a una mujer que derramó servicio, lucha, entrega incondicional para la causa de una educación integral y una constante sensibilización de las nuevas generaciones ante las virtudes de la música, la literatura y las artes como expresiones de libertad y crecimiento humano.
Supe de sus tempranas luchas, persecución, castigos y sacrificios; de su indoblegable convicción de que sólo con la acción comprometida, y ofrendando la vida si fuere necesario, el pueblo dominicano podía sacudirse de la más oprobiosa y criminal dictadura de América Latina y el Caribe, como de sus parasitarios y crueles remanentes.
Hizo trinchera junto a las fuerzas constitucionalistas en la guerra de abril de 1965, cubriendo necesidades básicas de los combatientes. El amor, la admiración mutua y los ideales democráticos del movimiento 14 de Junio la unieron a don Fernando Cueto, con quien formó familia procreando a Fernando Arturo, David y Alejandro Miguel. Una pareja de titanes que vieron en la libertad, la educación, la justicia social, el deporte y la cultura los valores mayores en el individuo arrojado a vivir en sociedad.
No escatimó esfuerzos para mantener en vilo creativo e investigativo el espíritu de generaciones en Puerto Plata, su patria chica de adopción, porque había nacido en La Vega, en 1935. Se convirtió en dínamo de la Sociedad Cultural Renovación, a la que llegó como parte de su directiva en 1963, y su riquísima biblioteca como un enorme legado que habrá de seguir siendo faro para la niñez y la juventud de la provincia.
También promovió el turismo, la defensa del patrimonio histórico, cultural y artístico, los valores humanísticos, así como el hecho de llevar a cabo tareas para crear conciencia acerca de la impostergable necesidad de proteger la fauna y flora del país.
Más allá del dolor por su partida, abrigo la satisfacción de haber colaborado, modestamente, con una mujer excepcional, que entregó lo mejor de sí misma, todo un invaluable tesoro, a su gente y a su país. Eternamente, doña Lilian.