Ha transcurrido casi un año que servimos al Estado en Nicaragua. Cuando piso tierra dominicana en el aeropuerto Las Américas y me toca la brisa y ese aroma del mar Caribe y los almendros y los arbustos de uva de playa de los acantilados me inunda una sensación imposible de describir.
Mis sentidos redescubren la realidad a cada instante. Porque hay señales positivas por todas partes: el país da pasos firmes hacia un devenir que redundará en favor de la normalidad y la esperanza.
El tiempo no transcurre en vano y, como enunciaba el cantautor, nosotros los de ayer ya no somos los mismos. Se recuerda el “Volver” de Gardel, los hondos sentimientos y la sensación por el retorno aún sea efímero y al mirarse al espejo, los grados de intensidad que la luz proyecta en nuestro rostro descubren una fisonomía cambiante. Porque sí, hemos cambiado.
Igual ocurre con la ciudad, la gente, los conocidos. De algunos de los antiguos cercanos, los afectos no parecen ser los mismos. La distancia a veces los aviva, pero a veces les resta calidez y color, y se pierden en ese mar difuso de la existencia.
En las horas siguientes, redescubrimos cómo los acontecimientos de los últimos años nos han marcado a sangre y fuego.
La pandemia, los funestos periodos 2012-2020, que no debemos olvidar en su espantosa carga de depredación, abusos y perversidades, la descomposición de las instituciones que las actuales autoridades se esfuerzan sin descanso en restablecer.
Todo ha ido mejorando, como cuando asoman rayos de luz apreciados desde el fondo de un pozo oscuro. Un paso a la vez, siempre en ascenso.
En este breve retorno, es cuando más se palpa el esfuerzo del presidente y su equipo por revertir un estado de cosas devastador y los esfuerzos por alimentar el espíritu y la fe en nosotros mismos y en el futuro.
Son extraordinarias las ejecutorias por enderezar lo torcido. Y no me refiero únicamente al papel heroico del ministerio público.
Los diarios están desbordados de inicios de obras, en proceso de terminación, inauguraciones, de apoyo firme a sectores indefensos y firmes ejecutorias en la administración institucional. Los resultados se constatan por todas partes.
Y serán mayores cada vez. Se trata de un país malherido, que aceleradamente se repone de su estado de postración. Estos son tiempos históricos.
Se percibe que todo está cambiando y transformándose. Enfrentando dificultades terribles, se procura revertir un pasado de desaciertos y desafueros y abrir los caminos de una esperanza que se asiente sobre razones válidas.
Es un proceso que no puede desarrollarse al ritmo que se quisiera. Las raíces del cáncer de décadas de perversidades deben ser arrancadas cuidadosamente para evitar que renazcan.
Un diario nos informa que “las auditorías devienen en hechos”.
Estos hechos “son las condenas, la probable, la del tribunal, la segura, la de la calle” y esto así porque “los operativos hacen el trabajo y aportan las pruebas y circunstancias, pero la contundencia viene con la auditoría. No hay alma que se salve y mucho menos si estaba mareada o andaba en pena”.
Abinader y su equipo colocan un ladrillo sobre otro para reconstruir una patria, la de Duarte, la del pueblo dominicano, digna de un mejor destino. Un flujo creciente de visitantes, proyectos empresariales, corrección de males de envergadura y de la cotidianidad ciudadana se favorece al pueblo con decenas de iniciativas.