El contraste entre dos condominios con los que tengo vínculos me ha llevado a extrapolar su realidad con el funcionamiento del Estado dominicano y sus grandes fallos, resumidos –desde mi óptica- en dos ejes fundamentales que, bien manejados, darían paso a una gran transformación.
En el primer condominio los vecinos pagan religiosamente su cuota de mantenimiento, siempre están en disposición de hacer desembolsos extraordinarios para mejoras y reparaciones mayores y la administración es planificada, ética, transparente y confiable con los fondos a su cargo.
En el segundo, algunos de los condómines simplemente no contribuyen, dejando la secuela de un déficit permanente en las cuentas, mientras que los gestores de los recursos no muestran enfoque ni sentido de prioridad, además de ser opacos o remisos para la rendición de cuentas.
Aunque construidos en el mismo año, el primero mantiene un brillo impresionante, limpieza, orden, seguridad, con conserjería efectiva y entusiasmada, pero el segundo muestra en su faz deterioro, descuido, inseguridad y servicios precarios, con el valor de la propiedad en caída libre.
Mirando a la nación dominicana en ese espejo –probablemente minúsculo y particular-, no hay dudas que la gran alianza ciudadana requerida es simple y no demanda extensas, complejas ni estériles discusiones, terrenos donde afloran los egos y la vocación de piñata.
El círculo virtuoso es pagar los impuestos de buena fe, en forma justa, sin las triquiñuelas de las ingenierías financieras llamadas elusión, que equivalen a perfumar el robo, tan real como la vulgar evasión y la rebeldía tributaria, con frecuencia asentada en cuotas de poder político.
El círculo virtuoso es gerenciar los fondos públicos con pulcritud, rendir cuentas, administrar con sentido de prioridad y razonabilidad, en forma confiable, dando paso a la participación y al control ciudadano y eliminando esa hiena que en la Administración Pública muchos llevan dentro, siempre en espera de la ocasión para dar un artero manotazo.
No hay mayor pacto que ponernos de acuerdo para acabar con los polos de la corrupción: el privado y el público.