Desde la semana pasada los Estados Unidos lleva a Haití equipo y personal para coordinar (si no dirigir) al contingente policial internacional, compuesto mayormente por kenianos, que llegará a fines de mayo para combatir y tratar de eliminar a casi 300 bandas criminales que controlan ese territorio.

Es claro que si Washington pone el dinero, más de US$200 millones, ocurrirá como quien paga la orquesta de un festejo, que elige la música y su ritmo.

Sólo que en vez de una fiesta, viene más sangre, pues las bandas han dicho que no soltaran lo que tienen cogido si no es con candela y tiros. Muchos despistados creen que la intervención armada por sí misma es la solución a la grave violencia e incesante involución del territorio vecino, pero es apenas un primer paso. Si logran pacificar y ordenar alguna autoridad legítima y capaz, no es con elecciones en un país sin registro civil confiable que se resolverán sus problemas.

La democracia exige un mínimo de condiciones que los políticos y los ricos de Haití no han sabido ni querido crear. Las soluciones deben ser haitianas y no impuestas, pero no como quieran los beneficiarios actuales y seculares de la desgracia de ese pobre país.