Es natural que si este país fue la hacienda privada de un hombre, y si hasta la capital cambió de nombre para ser llamada Ciudad Trujillo, venga un día algún heredero a reclamar su título de propiedad.
Es lógico, además, si la señorita María de los Ángeles del Sagrado Corazón de Jesús, perdón, Angelita 1.ª, nacida como toda una princesa en París, con solo 16 años fue la Reina de la Feria de la Confraternidad y la Paz del Mundo Libre, adornada de raso de seda blanco, perlas, rubíes, y una capa de armiño que costó 80,000 dólares con cargo al erario.
Sin olvidar que la propia Feria se construyó al costo de 40 millones de dólares, para satisfacción anticomunista y democrática de los amos de Norteamérica y para demostrar otra vez el compromiso de los fieles y felices dominicanos que soportaron estoicamente la crisis fiscal que acarreó el festejo.
Es entendible que nos digan que están viniendo a reclamar lo que es suyo, si Angelita 1.ª, la Reina, se disputó con sus hermanitos Ramfis y Radhamés el control de una fortuna familiar que ascendía, según investigaciones, al 42 % del PIB de la época, y nadie se ocupó de que la devolvieran.
Solo en Suiza, según halló un juez de ese país en 1964, tenían depositado 183 millones de dólares. No en vano papá, es decir el abuelo, el Padre de la Patria Nueva y Benefactor, era dueño de 12 de los 16 centrales azucareros del país.
Hablando de Ramfis, ya a los 10 años era general, y el pobre Radhamés también vivió prestando servicios a la patria, mejor dicho, convertido en industrial que parece prestaba barcos al narcotráfico del Cartel de Cali, en cuyas manos habría muerto en 1994. ¿Hay algún Trujillo sometido a la justicia? ¿Se aplicó alguna vez la ley que ordenaba recuperar todo lo robado?
¿Acaso no es en gratitud a ese régimen benéfico del que toda la familia real ha vivido, que todavía en Santo Domingo hay calles con los nombres de prominentes funcionarios del trujillato, como Osvaldo Bazil, Francisco Prats Ramírez, Arturo Logroño o Font Bernard?
Hay tanto que reconocerles que en estos años dos estaciones del Metro capitalino fueron distinguidas con los nombres “Manuel Peña Batlle” y “Joaquín Balaguer” (pegadita a la estación Amín Abel Hasbún).
Si el ilustre caudillo de Navarrete tiene su propia autopista y fue elevado al sitial de Padre de esta fabulosa democracia.
Si el último desaparecido político de este país, Narcisazo, desde 1994 espera un juicio que no llega porque la estabilidad y la gobernabilidad no se pueden amenazar.
Los que se quejan de que un heredero de toda aquella gloria venga hoy a reclamar su lugar en la Historia, son tercos que no comprenden.
No se dan cuenta de que, en los pasillos del Palacio Nacional, hoy en día están colgadas las fotos de Héctor Bienvenido Trujillo, de Donald Reid Cabral y de Emilio de los Santos, y que el retrato de Imbert Barrera (el de la Operación Limpieza) está al lado del retrato de Caamaño.
Que Balaguer está allí, flotando cual arcángel en el Salón del Consejo de Gobierno.
Son envidiosos que no ven lo que sí se ve en el actual sitio web del Ministerio Administrativo de la Presidencia: en su galería de presidentes brillan Estrella Ureña, Jacinto Bienvenido Peynado, Manuel de Jesús Troncoso, Héctor Bienvenido, y dos veces, no una, Él, el Generalísimo.