El PLD va rumbo al despeñadero, como ha pasado con casi todos los partidos que gobiernan muchos años y cuyos impecunes dirigentes quedan ricos sin sacarse la Loto americana ni conocerse que tengan algún provechoso comercio o industria legítima.
Controlar un partido es un negocio muy rentable estando arriba o abajo. En el poder enriquece y al caer facilita la impunidad. Esa dinámica es un atrabanco para los líderes emergentes, no todos comprometidos con los desafueros o ilícitos imputados a funcionarios del expresidente Medina y sus parientes y allegados.
Que los fiscales independientes demuestren incompetencia tras cuatro años de lawfare sin lograr decisiones judiciales, no quita la necesidad de renovación, hoy del PLD como antes de otros partidos reducidos a la insignificancia.
Sin una oposición con credibilidad y vigor, la democracia se debilita. Su división del 2019, la expulsión de un miembro de su politburó, la renuncia del reciente candidato a alcalde del Distrito Nacional, otras deserciones anteriores y el desencanto de sus bases, figuran una estampida y auguran que sin renovarse, mis amigos peledeístas marchan felices como lemmings hacia un inevitable abismo, al basurero de la historia. ¡Penoso legado!