¿Estamos mejor o peor?

¿Estamos mejor o peor?

¿Estamos mejor o peor?

En las próximas elecciones los electores con su voto responderán a esa pregunta simple que está a flor de labios y que nos hacemos todos.

Y es normal. Esta ha sido la interrogante tradicional que se ha hecho la gente en todas las elecciones celebradas en el país desde el derrumbamiento de la tiranía trujillista hasta nuestros días y no vemos porque va a ser de otra manera en mayo próximo.

Los recursos del poder y todo tipo de maniobras para doblegar la voluntad popular (encuestas, propaganda masiva en los medios, etc.) no han servido de mucho ante la percepción que tiene la población de sus condiciones materiales de existencia.

La influencia que su situación económica tiene en sus decisiones electorales ha sido y es decisiva al momento de ejercer el voto. Solo hay que recordar la consigna de Juan Bosch en 1962, de prometer a los dominicanos de entonces “las tres calientes” o sea, comida tres veces al día, ganándose con esa y otras consignas populistas de tal género el corazón de pueblo que precisamente demandaba cambios en sus condiciones de vida. Y eso que el candidato Bosch en esos momentos estaba sometido a una bestial propaganda mediática anticomunista de los sectores conservadores y de la Iglesia católica. Todo fue en vano. El candidato liberal triunfó con una abrumadora mayoría.

Los planteamientos programáticos son importantes. No hay lugar a dudas. En la medida que el pueblo adquiere conocimientos y supera la ignorancia la visión programática juega su papel a la hora de decidir en las urnas. Esto es lo que sucede en los países europeos y en los Estados Unidos, donde, por ejemplo, los debates públicos entre los candidatos son una norma.

En la sociedad dominicana, ya algunos nichos de la población se guían por lo que los candidatos plantean sobre los problemas estructurales de la sociedad, especialmente sectores de la clase media. Pero todavía son nichos minoritarios.

Por ejemplo, Luis Abinader está haciendo un esfuerzo importante para presentar un conjunto de reivindicaciones sociales, económicas y políticas para mostrar que será un Presidente diferente.

Ha manifestado la necesidad de un cambio del modelo económico para hacerlo más incluyente.

Asimismo, prioriza necesidades sociales sentidas por la población que no han sido tomadas en cuenta por la actual administración peledeísta, consecuencia de su afán de acumulación para una minoría de dirigentes.

En el mismo sentido, ante el desbordamiento de la delincuencia, políticas firmes para atacar de raíz sus causas.

Y finalmente, ha planteado un saneamiento de los estamentos de poder, particularmente, de la justicia, para hacerla más cónsona con los sentimientos de la población que exige el cese de la impunidad y la corrupción.

Pero todos esos aspectos programáticos se subordinan a la respuesta del pueblo llano ante la simple pregunta de si estamos mejor o peor.

Hay un limitado número de demandas populares, como es el alto costo de la vida, el precio de los combustibles, la factura eléctrica, la vivienda cara, el desempleo, la inseguridad ciudadana, la impunidad y la corrupción administrativa.

Estas demandas están ya insertas en el cerebro de la gente y definirán el curso de la campaña en los meses que faltan para la celebración de las elecciones.
¿Podrán los estrategas del gobierno neutralizar esa percepción? Lo dudo mucho.



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