Esposa de El Cigala le pidió cantar ‘pasara lo que pasara’

Esposa de El Cigala le pidió cantar ‘pasara lo que pasara’

Esposa de El Cigala le pidió cantar  ‘pasara lo que pasara’

A la hora da la muerte de su esposa, Diego El Cigala se encontraba en un concierto en Los Ángeles. fuente externa

España.- El miércoles pasado pudo haber sido la noche más feliz de Diego El Cigala, pero no fue así, una noticia paralizó de golpe al cantante que estaba preparándose para salir al escenario y dar uno de sus conciertos más alegre en Los Ángeles.

Su esposa Amparo Fernández había muerto en República Dominicana, país a donde llegó con ella y toda su familia en 2013.

Casados por más de 15 años, Amparo era quien dirigía con hilos invisibles la vida del artista y toda su familia. Era dueña de su caos, y aunque El Cigala sospechaba algo de ese tumor sin importancia que la consumía y del que se trataba en Miami, fue el pasado ocho de mayo cuando él se enteró y allí tuvo que prometerle que no dejaría de cantar pasara lo que pasara, y que por siempre seguiría en los escenarios.

En Los Ángeles cumplió la promesa y aunque ya tenía la noticia de que la mujer de su vida había muerto, se entregó como si nunca más fuese a acercarse a un micrófono. Hubo espacio para el desgarro en “Inolvidable” y su mensaje a medida, “en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse”.

En “Vete de mí”, hizo suyo un verso: “Tengo las manos tan deshechas de apretar que ni te puedo sujetar”.

Ya en el concierto

a audiencia ignoraba que 45 minutos antes, el artista llegó al camerino enfundado en un pijama de corte chino de raso azul oscuro, con la mirada escondida en una gafas de sol y arrastrando las babuchas.

Con el cuerpo apoyado en Yelsy Heredi, su contrabajo, repetía “qué barbaridad, qué barbaridad”, mientras sujetaba la cabeza con ambas manos.

A medida que pasaban los minutos, Julio César Fernández, road mánager, hijo de Amparo, estrenando orfandad, comenzó a dar el último planchado al terno de luto: chaqueta con solapa de terciopelo, camisa blanca y raya en el pantalón. Diego pidió colirio para aliviar los ojos encendidos en sangre y un espray que mitigase la tristeza agarrada a la nariz. “No puedo, no puedo, no puedo”, susurraba. Pero pudo. Pudo más que ninguna noche. Más solemne y metido en sí mismo que ninguna otra actuación.