Faltando apenas un par de semanas para que concluya el presente año, es válido preguntarse ¿qué alberga el nuevo año? Mirando hacia atrás nuestra columna del Observatorio, están claros mis deseos y aspiraciones.
En primer lugar, albergo la esperanza de un proceso electoral transparente, en el cual ganen no solo los mejor calificados, de corazón limpio y buenas intenciones, sino que el proceso transcurra en paz y civilidad.
Además, que los ganadores tengan planes e intenciones claros para revertir el proceso actual de degeneración que vivimos en todas las esferas: moral y social.
Tengo la esperanza de que en el nuevo año se pueda instaurar un sistema primario de salud, aliviando el peso económico para la familia, imprimiendo en nuestra sociedad nuevas esperanzas.
Y que ello venga acompañado de una revolución educativa en la familia y el magisterio, de manera que podamos contar con una juventud mejor preparada, capaz de enfrentar los desafíos actuales y por venir, con la preparación académica necesaria para salir vencedores.
Aspiro que cese la violencia familiar y muertes innecesarias, erradicando con ello ese criterio de que a la fuerza se pueden resolver las frustraciones y diferencias.
Que los esfuerzos para volver a la civilidad que da el entendimiento y la palabra retorne a nuestros hogares en lugar de la ira y la desesperanza.
Además, que el crimen y raterías desciendan notoriamente, acompañado de una actitud decidida de nuestros conciudadanos hacia la convivencia en paz y armonía.
Finalmente, estoy seguro de que si vencemos estos obstáculos y cambiamos el rumbo del país, los temas económicos encontrarán solución, con un gasto público de calidad, eliminando excesos y duplicidades, nepotismo, favores políticos y ese afán populista, de manera que 2020 pueda pautar el retorno de nuestra sociedad hacia un futuro verdaderamente promisorio. Esos son mis deseos.