Pocos países disfrutan una economía tan fundamentalmente sana, diversificada y resiliente, líder regional en estabilidad y crecimiento, como la dominicana, y al mismo tiempo padecen una disminución del ambiente de esperanza que esa realidad debería alentar.
Ser confiable es un atributo difícil de mantener, pues la confianza no resulta de lo que dices o prometes, sino de lo que hagas.
El domingo el presidente dijo un emotivo discurso buscando avivar el sentimiento de la opinión pública, decaído en semanas recientes. Horas antes enunció 17 metas para este cuatrienio. Mejoró el seguro médico de guardias y policías. Inauguró obras. Dio bonos navideños.
Liberó fondos para que corra el peso. ¿Subió su tasa a aprobación? ¿Disminuyó la crispación ante las perspectivas de las reformas fiscal y laboral? La opinión pública es un asunto indócil y arisco.
Percibe cada cosa según sea populismo, fanfarria, promesas o realidades. Si el Gobierno dedicara igual empeño a resolver el fracaso de las EDE y ordenar el caos del tránsito, asuntos que le competen, y aprovechara las reformas para estimular la generación de riqueza que sólo puede lograr el sector privado, al cabo de pocos años seríamos un país del primer mundo. Ninguna insostenible alternativa estatista es mejor, por más que soñemos.