Desde que uno siente el aroma de esta tierra que nos vio nacer, ese olor dulce a bosque y a mar y recibe la caricia de la fría brisa que, intensa, nos regala el Caribe mientras se recorre la Autopista de las Américas y se aprecian sus luces naranja y palmeras silenciosas –el viaje ha concluido a entradas horas de la madrugada una sorprendente alegría nos toca la mente y el corazón.
Y sí, pienso en mi hijo más pequeño, Eliam Roberto, que se encuentra lejos y cuidado por ese país de personas amables, Nicaragua, que es ahora nuestro hogar y donde crecerá como un hombre de bien, amante de su Patria y sus estrenados hermanos de la Patria de Sandino.
Cierto, en República Dominicana vivimos momentos complicados, solo que por primera vez en décadas el corazón nos late al ritmo de la esperanza. Nuestros graves males se están enfrentando.
El presidente y su equipo laboran incansables para sentar las bases de una transformación profunda que nos alivie o libere de las angustias que han sido el pan de cada día en nuestro devenir histórico.
Los esfuerzos para que se haga justicia a los depredadores del tesoro público vienen a significar un respiro profundo en un conglomerado humano hastiado de tantas complicidades espurias. A medida que se deshacen los amarres de un ejercicio de corrupción sin precedentes, el pueblo percibe el alivio de este nuevo estado de cosas.
Y esto no quiere decir que las dificultades no sean mayúsculas o que todo el pueblo esté conforme.
El país posee la capacidad para salir adelante. Pero es preciso corregir con mano firme las desviaciones que nos han impedido dejar atrás el subdesarrollo, la pobreza y el abandono en que subsisten miles de dominicanos quienes nunca han disfrutado del sosiego de una vida satisfactoria porque los recursos para concretar ese loable propósito han sido robados por los depredadores de todos conocidos.
El camino hacia un auténtico nuevo estado de cosas es complejo y difícil. La administración actual sienta cada día las bases de un programa a corto, mediano y largo plazo encaminado a reconstruir la totalidad de la deteriorada infraestructura en todo el país, reorganizar la producción, las exportaciones y atraer inversiones que generen empleos y permitan la recuperación de nuevas y viejas empresas, en atraer sustanciales volúmenes de turistas, en crear un estado de convivencia donde las fechorías y delitos callejeros y de grupos antisociales sean liquidados o reducidos a su más exigua expresión.
La justicia está haciendo su trabajo. Como fichas de dominó, los acusados de graves delitos contra el fisco caerán uno tras otro y sus riquezas mal habidas se utilizarán en beneficio del rescate del ciudadano dejado a su suerte por la desidia oficial.
Uno se reencuentra con amigos muy apreciados, pese a nuestra ausencia de contados meses. Se hace el esfuerzo por mantener en condiciones aceptables las vías públicas y la ciudad recupera gradualmente su esplendor, pero aún no nos liberamos del ruido, del desorden en el tránsito, de la acechanza sin tregua de los antisociales.
La reorganización del cuerpo del orden no es tarea de unas pocas semanas. No lo es en rehacer todo un país sobre nuevos parámetros de conducta.
Uno siente renacer la esperanza, pese a que son tantos los problemas acumulados y que el presidente Abinader ha enfrentado sin descanso. Retornar por contados días a la tierra que nos vio nacer es respirar estos nuevos aires de esperanza que yacen en el corazón y la mente del ciudadano que está pendiente de que ciertas prácticas no se repitan nunca jamás.
El país vive aún la resaca y la incansable agresión de la pandemia, sigue de cerca la reforma de la policía, los cuerpos castrenses y la administración pública, observa y supervisa a los responsables de las compras y negocios del Estado, vigila la frontera, persigue tenazmente el contrabando y el tráfico de drogas e ilegales.
Hay esperanza. Pero es responsabilidad de todos aportar cuanto esté al alcance para que los males sean erradicados e impedir que, alguna vez, la maldad, la depredación y la avaricia desmedida se re posicionen frente a las riendas de los negocios públicos.