En otras muchas ocasiones he citado la lapidaria frase de Ernest Renan, de que la Nación es un plebiscito diario.
Es siempre útil tenerla presente porque encierra una verdad muy profunda. Los Estados y los sistemas de gobierno sobreviven sólo en la medida en que, cada día, los ciudadanos acepten darles continuidad.
Cuando esta voluntad de cohesión cesa, las naciones se ven sometidas al mayor de los peligros que las amenazan: la disolución interna.
Como es natural, en cualquier comunidad política existen intereses, ideas y convicciones en conflicto. La unidad de opiniones sólo es posible en sociedades totalitarias, y en esta se impone por medio de la violencia.
De ahí que, en todas las sociedades, y sobre todo en las democráticas, exista una tensión interna permanente.
Tensión que tiene un efecto paradójico puesto que, al tiempo que evita la cohesión total, las sociedades que la aceptan y la administran pueden actuar con unidad de propósito a pesar de sus diferencias.
Los actores sociales no deberían olvidarlo: la tensión es necesaria y saludable, siempre que no sea extrema o muy débil. Los ciudadanos deben buscar ese punto que marca el equilibrio entre la diatriba y la complacencia.
Por lo general, abordamos este problema desde el punto de vista de la obligada tolerancia que los gobernantes deben a sus críticos.
Y está bien que no lo perdamos de vista; pero igualmente debe evitarse la crítica vacía. Sobre todo, la basada en expectativas que no pueden cumplirse cuando se invierte la balanza del dominio político.
Por ejemplo, los cambios en la titularidad del gobierno sirven de excelente baremo para descubrir las críticas con propósito puramente electoral. Es el caso cuando los gobernantes no están a la altura de sus críticas de oposición, o quienes los apoyaron dejan de expresarlas con las cosas que continúan inalteradas.
Naturalmente, esto afecta a todos por igual, y quienes pierden el favor popular están obligados a ejercer su papel con responsabilidad, evitando la tentación de la invectiva.
Por eso, todos sin excepción debemos asumir la responsabilidad de que nuestras críticas contribuyan a un ambiente sano de debate, porque es mucho a lo que nos arriesgamos cuando renunciamos a mantener el delicado equilibrio.