Había seria amenaza de lluvias y la gente estaba atemorizada por una nueva crecida y desbordamiento del río Yaque del Sur en Tamayo. No obstante, los negocios seguían imperturbables, los niños iban a las escuelas y los agricultores atizaban sus faenas agrícolas.
Un sol implacable alternaba radiante con tupidas nubes grises que auguraban copiosos aguaceros. A Buzo no lo alteraba nada de lo que ocurría en el ambiente. Como quiera tenía que trabajar duro en la carga y descarga de mercancías y otros productos que llegaban a las tiendas y almacenes de la avenida Libertad.
De tamaño pequeño, Buzo tenía una corpulencia fuerte que había desarrollado desde temprana edad cargando en sus poderosos hombros, pesados sacos de azúcar, arroz, habichuelas y otros rubros. La gente se solazaba observando a este hombre de pequeña estatura, pero bien fornido que exhibía una fuerte musculatura, con el pecho descubierto y pies descalzos, mientras elevaba a su cabeza con una facilidad admirable, sacos que pesaban hasta 150 libras.
A veces este fornido sabía ponerse hasta dos sacos para llevarlos a almacenes o hasta el interior de los negocios, pese a que la gente le perfilaba entre los 40 y 50 años de edad. Los tienderos y almacenistas disfrutaban en su ocio ver a este hombre realizar sus proezas con una naturalidad asombrosa y sin el menor lamento. Y a ese precio. Apenas pagaban algún dinerito y algo de comer a este afanoso hombre para que realizara su labor. Se sentía feliz, recompensado con solo lograr que los patronos lo trataran con afabilidad. –“Nadie es más amigo mío que Nayo”, murmuraba en su interior, porque para añadidura, era de poco hablar. La vida de este hombre afable transcurría en el duro trajinar de la carga y descarga de camiones.
Cuando no había trabajo solía también hacerle mandados a los comerciantes. Para esa época se redujo la actividad comercial y los propietarios de negocios solían juntarse después del almuerzo en una de las tiendas para hacer algunas murmuraciones, charlar y comentar sobre el discurrir de la gente, de la comunidad y acerca de sus negocios.
Entre chanzas los tienderos decidieron llamarlo para que llevara un papel con un mensaje a los diferentes negocios del lugar, a lo que éste asintió gustoso. Comenzó su faena entrado el mediodía y llegada las cinco de la tarde ya Buzo, fatigado y hambriento había visitado decenas de tiendas, colmados, mercados, bares y freidurías de los más recónditos lugares.
Agotado, con las piernas que apenas les respondían, Buzo se detuvo en el parque, se sentó en una banqueta y lleno de curiosidad llamó a un joven que pasó por allí. –“Eeeeyyy joven, hazme el favor, yo he caminado por toda la población, de negocio en negocio, de sitio en sitio, de casa en casa llevando este mensaje y la gente cuando lo lee estalla en risas, me lo devuelve y me mandan que lo lleve al negocio de al lado, ¿qué demonio es que dice este maldito papel?
-Oh Buzo, aquí dice: “Mándame este burro más pa´lante”.
Cuentan que Buzo estalló en ira, se fue a las tiendas y comenzó a lanzar piedras contra los negocios de los que armaron la broma. Para calmarlo un emisario tuvo que hacerle promesas de numerosos regalos porque si no, todavía estuviera lanzando peñascos de los que arrastró el río en su último desbordamiento (Que no hayan otros Buzos jamás, a propósito del programa oficial Quisqueya Aprende Contigo).