Y había ciertos griegos de los que habían subido a adorar en la fiesta: Estos pues, llegaron a Felipe, que era de Bethsaida de Galilea, y rogáronle diciendo: Señor, querríamos ver a Jesús.
Vino Felipe, y díjole a Andrés: Andrés entonces, y Felipe, le dicen a Jesús.
Entonces Jesús les respondió diciendo: La hora viene en que el Hijo del hombre ha de ser glorificado.
Juan 12: 20-23. Este relato bíblico nos dice de unos griegos que acudieron a Jerusalén con el propósito de adorar a Dios.
Para ellos era costumbre caminar cientos de kilómetros todos los años y celebrar la fiesta religiosa judía. En medio de la festividad ellos escucharon de Jesús y decidieron ir a ver a Cristo.
Tal vez nuestra vida está llena de ritos religiosos, estamos acostumbrados a las liturgias que practicamos en nuestro día a día y lo más probable sea que no hemos visto ni escuchado a Jesús.
Escuchar y ver a Jesús es disponer nuestro corazón para verle, es detenernos en esta vida tan convulsionada, derribar todo tipo de argumento que tengamos. Así como los griegos que dejaron muchas cosas para ver a Jesús, también nosotros debemos hacer lo mismo.
En Jesús vemos y encontramos al Padre; en Él podemos invocar a Dios, en Él se nos da la salvación. Nuestras almas deben desear ver a Jesús.
Tener un anhelo por disfrutar de su presencia y de su deleite. Busquemos a Cristo para que nos muestre su gloria eterna.
Entremos confiadamente al trono de su gracia donde encontraremos el oportuno socorro de esta alma. ¡Amen!