Ese día, Kundai Chinyenze notó algo diferente. Su padre era quien venía a buscarla, usualmente lo hacía su madre.
Tenía 16 años y había llegado la temporada de vacaciones en el internado en el que estudiaba.
«Tu mamá está enferma», le dijo.
Lo que vendría, marcaría dolorosamente su vida.
Junto a la cama de hospital de su madre, se propuso ser doctora para ayudar a los pacientes con el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), el mal que afectaba a su progenitora.
Casi 30 años después, la médica es una de las científicas que lidera un equipo internacional que trabaja para crear una vacuna contra ese virus.
Se estima que a finales de 2022 había 39 millones de personas con VIH, según la Organización Mundial de la Salud.
Desde el Hospital de Chelsea y Westminster, en Londres, donde está el laboratorio de inmunología humana en el que trabaja, Chinyenze conversó con BBC Mundo.
Nos contó su historia, las satisfacciones y desafíos de su trabajo y por qué la esperanza la mantiene firme.
“Tuve una infancia realmente feliz”, recuerda.
“Crecí en Zimbabue, en un hogar de ingresos medios”.
Su madre era enfermera y su padre trabajaba en el ejército.
El afán de su mamá para que ella tuviera una buena educación, hizo que “las cosas cambiaran» para su familia.
El inicio de la secundaria significó dejar la casa en la que vivían y mudarse a un garaje.
De esa manera, podían pagar la matrícula de la escuela a la que Chinyenze comenzó a asistir. “Era muy cara”.
Como era un internado, hubo situaciones en su hogar que no pudo presenciar.
“Mi familia no me contaba lo que estaba pasando. Aparentemente, mi mamá se había estado enfermando de manera intermitente, pero yo lo desconocía”.
“La mayor parte del tiempo estaba en la escuela y cuando iba a casa, en las vacaciones, ella estaba prácticamente bien”.
Pero en uno de esos recesos, con 16 años, su vida se transformaría.
«¿Qué está pasando?»
“Por lo general, mi mamá me recogía, pero ese día fue mi papá quien me buscó en la escuela”.
“Me dijo: ‘Tu mamá está enferma, está hospitalizada’”.
“Fui a verla y recuerdo que en una de esas visitas, cuando pasaba por el puesto de las enfermeras, las escuché hablar y decir: ‘Esa es la hija de la mujer que tiene sida’. Así fue cómo me enteré”.
“En esa época había mucho secretismo en torno a la enfermedad y mi familia no hablaba mucho de lo que sucedía”.
“Para mí fue un shock escucharlo de boca de completos extraños”.
El diagnostico no fue lo único que la conmocionó, también lo hizo la falta de empatía.
“Literalmente, estaban chismeando. No me sentí bien, no me ofrecieron ningún tipo de apoyo (psicológico)”.
“Esperé a que el doctor viniera a hacer su ronda por las salas. Recuerdo estar sentada por horas, a la espera de poder preguntarle: ‘¿Qué está pasando?’, quería decirle que había escuchado que mi mamá tenía sida, ‘¿va a morir?’. Realmente no sabía qué hacer, necesitaba que alguien me explicara lo que ocurría”.
“Cuando terminó una de las rondas, me le acerqué y le dije: ‘Soy la hija de esta mujer, solo quiero preguntarle ¿qué le pasa a mi mamá? ¿Va a estar bien?”
“Y él, de manera muy despectiva, me respondió: ‘No le hablamos de esas cosas a los niños’ y se fue. Eso me dejó muy herida, muy dolida”.
“No sólo era que yo no importara, sino que tampoco parecía que ella importara en absoluto en el esquema general, en el sistema; ella era simplemente otra mujer con sida”.
“Recuerdo estar allí, mirar a mi madre en su cama y simplemente decir: ‘Quiero ser doctora para aprender todo lo que pueda y tal vez ayudar a salvar a algunas personas de esta enfermedad’”.
Su madre moriría poco tiempo después.
El padre
Chinyenze estaba a dos años de comenzar la educación superior.
Con mucho esfuerzo, retomó sus estudios y consiguió un lugar en la escuela de Medicina de la Universidad de Zimbabue.
Dos años después de la muerte de su madre también perdería a su padre.
“Estaba en mi primer año de carrera. Para esa época, ya había aprendido algunas cosas sobre la enfermedad”.
“En el primer año, no lo sabes todo, pero conocía lo suficiente como para entender lo que estaba pasando. Mi padre murió de un sarcoma de Kaposi, que es un tipo de cáncer”.
“Estaba muy enfermo, sufría dolores muy intensos”.
“Perderlo a él también fue muy duro, pero creo que estaba un poquito más preparada mentalmente”.
La enfermedad de su madre, la había llevado a “asumir que automáticamente él estaría infectado y desgraciadamente lo estaba, aunque nunca me lo admitió”.
“Cuando fui a visitarlo y el doctor dijo que tenía sarcoma de Kaposi, supe que era por la infección (del VIH)”.
“Fue muy triste, no había medicamentos (para el tratamiento del VIH) disponibles en el país. Realmente, era como esperar por el final, verlo padecer tanto dolor fue muy difícil”.
Como una sentencia
Y es que se trataba de una época en la que en su país, tener VIH era como “una sentencia de muerte”.
“Como no había tratamiento, una vez contraías VIH, literalmente, la gente esperaba a ver cuándo era que te ibas a morir”.
“Progresivamente, te ibas enfermando más y más. Agarrabas una neumonía, te la trataban y volvías a casa, pero después tenías que regresar al hospital por algo más, como una diarrea crónica. Te la trataban, retornabas a casa, pero volvías a empeorar. Perdías peso”.
“Había mucho estigma en ese tiempo«, evoca.
«Simplemente tratabas las infecciones que el paciente iba contrayendo, pero no estabas tratando el VIH en sí y eso era lo que, con el tiempo, te mataría”.
Los fármacos antirretrovirales que se usan en la actualidad para tratar el VIH no consiguen curar la infección, pero sí logran suprimir la replicación del virus en el cuerpo. La terapia que se implementa con ellos, reduce la mortalidad entre los pacientes y mejora su calidad de vida sustancialmente.
Largas colas
Después de graduarse, Chinyenze empezó a notar las largas colas de pacientes afuera de una clínica especializada en VIH, que recién se estaba estableciendo en la capital, Harare, en 2002.
Al ver ese panorama desolador, decidió comunicarse con el personal a cargo para expresarle su preocupación.
“Creo que se dieron cuenta de que tal vez había una pasión impulsando a esta médica porque yo era la única doctora interesada en lo que estaban haciendo”.
«¿Quieres venir a trabajar con nosotros?», le preguntaron. La respuesta no tardó: «¡Claro que sí!».
Recuerda que cuando entró en la clínica por primera vez, percibió cuán diferente era el personal en comparación con otros doctores y enfermeras del resto del sistema de salud: eran muy amables y empáticos con los pacientes.
Se sintió feliz de trabajar en un lugar donde no se les juzgaba, algo que ellos mismos sentían y agradecían.
Cuenta que durante los primeros meses, no contaban con los medicamentos para el tratamiento del VIH. “Abogamos por ellos y trabajamos con el gobierno hasta que finalmente los conseguimos”.
Comenzaron a tratar a los pacientes con los primeros fármacos disponibles en el país. “Era 2003 y estábamos viendo cómo se transformaban vidas”.
Cada mañana, antes de iniciar las consultas, Chinyenze y sus colegas trataban de organizar a los pacientes en grupos para darles una breve charla.
“Y les contaba de mis padres. Les decía: ‘Estamos aquí para darles los medicamentos, necesitamos que se aseguren de tomárselos. No los dejen. Sus hijos los necesitan vivos. Mírenme, cuánto desearía tener a mis padres junto a mí. Nosotros los queremos cuidar, esperamos que puedan vivir mucho tiempo con sus familias y que también las puedan cuidar’”.
Hacia la prevención
Sin embargo, había algo que seguía siendo “muy claro”: “En la mañana había cientos y cientos de personas esperando en la fila para entrar a la clínica”.
“Después de 18 meses, empecé a sentirme desanimada porque, aunque estábamos cambiando vidas, no estábamos haciendo lo suficiente. Cada vez, más personas se infectaban y la sensación seguía siendo abrumadora”.
Así llegó a la decisión de que una manera de enfrentar la enfermedad era dedicándose a la investigación sobre su prevención y eso la llevó a su actual misión: desarrollar una vacuna.
Trabaja en el laboratorio de inmunología humana de la International Aids Vaccine Initiative (IAVI), una organización científica sin fines de lucro que busca desarrollar vacunas y anticuerpos para el VIH, la tuberculosis, enfermedades infecciosas emergentes y enfermedades tropicales desatendidas.
Chinyenze ha llevado a ese laboratorio, su experiencia de más de 18 años en África, incluidos 16 años en las áreas de la atención clínica del VIH/sida, gestión de programas de salud e investigación sobre la prevención del virus.
Lidera el programa Advance, creado por IAVI y USAID, cuyo objetivo es fortalecer la investigación sobre el VIH en África.
Un esperanzador, pero largo camino
La experta también ha monitoreado la seguridad de pruebas clínicas en ensayos de vacunas y anticuerpos contra el VIH.
“La experiencia más satisfactoria ha sido trabajar con una red global de científicos para implementar el ensayo IAVI G003, dirigido por científicos y médicos africanos”, indica la doctora.
Dicho ensayo, que examinaba una vacuna de ARNm contra el VIH, se realizó en Ruanda y Sudáfrica, mientras que el análisis inmunológico estuvo a cargo de científicos en Kenia.
«Los científicos y las comunidades africanas pueden ayudar a acelerar el desarrollo de una vacuna contra el VIH mediante una colaboración global más sólida».
Es crucial «seguir recordándonos la necesidad constante de una vacuna contra el VIH y de un apoyo continuo en esta área».
Cree que «en los últimos años, ha habido algunos avances importantes en el campo de la vacuna”.
“Tenemos más esperanzas porque hemos aprendido mucho, ahora sabemos lo que queremos generar”, en términos de tipos de anticuerpos.
“Hay esperanza. Tomará tiempo, no serán uno o dos años, creo que estamos mirando dentro de varios años, pero tenemos algunas respuestas clave que nos permiten establecer objetivos claros por los que podemos trabajar”.