Hay momentos difíciles y otros que lo son aún más. La muerte de nuestros héroes de la infancia es uno de esos momentos que nos hacen brotar lágrimas y reflexionar sobre la paradoja de ese espacio existencial al que llamamos vida. Es allí cuando cuestionamos a la propia existencia por dejar de acompañar a aquellos seres que creímos inmortales.
Quienes nacimos a finales de los 80 y fuimos adolescentes a principios de 2000, en algún momento de ese período deseamos ser como Kobe Bryant; tomamos un balón y nos fuimos a jugar por largas horas en la cancha del barrio, a veces olvidábamos las tareas… el carisma y la chispa del joven baloncestista estadounidense nos inspiraba.
La fama de Kobe en la primera década del 2000 fue mayor que la de cualquier otro deportista, su entrega en la cancha nos hizo ser fanáticos de los Lakers y por supuesto, miembros del #TeamMamba
Los de mi generación entendíamos que ese quinteto liderado por Kobe y Shaquille O’Neal era invencible. Sus reacciones luego de hacer un gran donqueo o robar el balón para sellar con una de esas jugadas a las que llamábamos “de postalita”, nos hacían pararnos frente al televisor y “perrear” junto a él.
Lo del Black Mamba era otro nivel, tanto así que no solo fue galardonado en la NBA, su carta de retiro “Dear Basketball” (convertida en un emotivo e inspirador cortometraje), le hizo ganador de un Oscar.
La grandeza del nativo de Filadelfia fue mayor que las increíbles estadísticas y los premios que galardonaron sus 20 años de carrera, incluyendo: cinco anillos de campeón de la NBA, dos medallas de oro olímpicas, dos veces jugador más valioso en la final de la NBA, 18 participaciones en el Juego de Estrellas y sus asombrosos 33, 643 puntos que lo catapultaron como el cuarto máximo anotador de la historia.
La grandeza de Kobe es mayor que la suma de todos esos números, porque su legado atravesó fronteras e inspiró a cientos de miles de jóvenes en el mundo. Ese ejemplo alejó a muchos de las calles y los llevó a una cancha para perseguir un sueño.
El escolta de Los Ángeles Lakers llenó un momento de nuestra infancia, un episodio incomparable; una época mágica en la que soñábamos con ser como Kobe Bryant, ícono de toda una generación.