Durante la década de los 80 y parte de los 90, Medellín, la segunda ciudad de Colombia, ubicada unos 400 kilómetros al occidente de Bogotá, fue la más violenta del mundo.
Cerca de 20 personas morían por cuenta de la violencia cada día.
Sin embargo, unos 30 años después, más allá de la memoria de los familiares de las personas que murieron, no quedan muchos vestigios de aquellos días terribles de asesinatos selectivos, masacres y bombas.
Y tal vez los únicos objetos que pueden representar aquella saga de muerte y desasosiego son precisamente dos esculturas del principal artista colombiano en el siglo XX: Fernando Botero, quien nació en Medellín y falleció este viernes en el Principado de Mónaco a los 91 años.
Las esculturas son dos palomas. Una de ellas destrozada por el efecto de una bomba de 10 kilos de dinamita que mató a 23 personas en 1995.
La otra intacta, apenas percudida por el paso del sol y la lluvia sobre el bloque de bronce.
Ambas están ubicadas en el centro de la ciudad y ahora son un símbolo no solo de la violencia que se vivió en Medellín, representada por la paloma destrozada, sino también de la esperanza de vivir en una ciudad segura y pacífica, de lo que da cuenta la paloma ilesa.
A una el maestro le puso el nombre de “El pájaro herido”. A la otra, “La paloma de la paz”.
Pero también, en las propias palabras de Botero, esas dos palomas son el recuerdo de la “imbecilidad y de la criminalidad” en Colombia.
Parque San Antonio
A principios de los años 90, tras varios años de diseños y planes, los gobernantes locales se pusieron de acuerdo para crear un espacio público en pleno centro de Medellín.
El lugar se llamaría parque San Antonio y la idea era crear un espacio de encuentro.
Mientras esto ocurría, en octubre de 1992, Fernando Botero, hijo predilecto de la ciudad, sacudía al mundo del arte con una exposición de 31 esculturas en los Campos Elíseos de París, algo que nunca se había visto para un artista latinoamericano.
Entonces, los responsables del parque decidieron que una escultura del artista reconocido internacionalmente debía estar en el nuevo espacio.
De acuerdo a los reportes de la época, la ciudad decidió comprar la escultura “El pájaro”.
Botero, que ya había donado una obra a la ciudad en los 80 conocida como “La gorda”, decidió además entregar otras dos obras para el espacio público: el famoso torso masculino que había sido el símbolo de la exposición en París y una llamada “La Venus dormida”.
Las tres esculturas causaron sensación y la plaza de San Antonio se convirtió en un lugar no solo de encuentro, sino también en escenario de eventos masivos como conciertos y manifestaciones culturales.
Y eso era precisamente lo que estaba teniendo lugar aquel 10 de junio de 1995: una actividad pública que había congregado a centenares de personas que, de un momento a otro, vieron estallar 10 kilos de dinamita que hicieron pedazos el pájaro de Botero.
23 personas murieron en el ataque. Los reportes de las autoridades señalaron que el atentado dejó además al menos 400 personas heridas.
De acuerdo a la crónica “Un pájaro aún estalla”, del periodista Juan Miguel Villegas y publicada en el portal “Centro de Medellín», el maestro Botero se enteró de la destrucción de su obra mientras estaba en una estación de servicio en Italia.
La primera idea de Botero fue la de reemplazar la escultura destruida por una nueva.
Sin embargo, su posición cambió en tanto comenzaron a aparecer grupos que se hacían responsables del ataque.
En un presunto comunicado de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, que agrupaba a organizaciones subversivas colombianas como las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Farc) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), señalaron que lamentaban la pérdida de vidas y que el ataque estaba dirigido exclusivamente a la escultura de Botero.
La razón expuesta en el comunicado es que «El pájaro» representaba para ellos “la exageración opresora y burguesa” y que el dinero con que se había pagado la escultura había sido producto de “esa explotación al obrero”.
Entonces, Botero dio marcha atrás y dio a conocer un comunicado donde afirmaba que no iba a reemplazar la escultura estallada. Sustentó su decisión con una frase que se volvería célebre: “Ahora quiero que esa escultura quede ahí como recuerdo de la imbecilidad y de la criminalidad de Colombia”.
El artista argumentó que si querían atentar contra la escultura podrían haberlo hecho en la madrugada y no en medio de un acto cultural.
“Ese crimen no fue contra la escultura. Si era contra la escultura lo hubieran podido hacer a las tres de la mañana. Eso no tiene perdón», dijo.
Nueva escultura
A los pocos días, las propias Farc negaron la autoría tanto del comunicado como del propio atentado y poco a poco se fueron desvaneciendo las pistas de los autores y las razones detrás del atentado contra «El pájaro».
Pero los restos de bronce de la escultura permanecían allí, perforados por la metralla y corroídos cada vez más por el óxido.
Días después del atentado, grupos ciudadanos firmaron una carta para Botero en la que le pedían que hiciera una escultura nueva para reemplazar la dañada, por considerar que se había convertido en una “alegoría de terror y de barbarie”.
En el año 2000, el artista viajó desde su taller en la ciudad italiana de Pietrasanta hasta Medellín.
Allí, en pleno parque de San Antonio, Botero le entregó a la ciudad la nueva pieza: «La paloma de la paz».
Y a la otra, destrozada, lo rebautizó como «El pájaro herido».
Hasta el momento solo el Estado colombiano ha sido condenado por el atentado por no tomar las medidas adecuadas para proteger a la ciudadanía. Las víctimas fueron indemnizadas.
A más de 30 años del ataque, ese pájaro de bronce herido sigue siendo una de las atracciones más visitadas de Medellín, donde cada año sus habitantes y los turistas que llegan a la ciudad se acercan a ver el testimonio vivo de la violencia que casi extermina su espíritu.