Ocurrió desde las primeras reuniones. “Ya es la hora, pero… bueno, puede comenzar un poco más tarde; esa es la norma”.
“Claro que no; él dice que vamos a comenzar puntual, a respetar a las personas. Dice que es un insulto ser impuntual”.
Eso va a ser los primeros días, decían los que siempre opinan, porque en este país todo el mundo llega tarde. Eso ya es cultura en este país y no lo cambia nadie.
Pasaron los días y comprendimos que no se trataba de pretender cambiar a nadie, sino de ser puntual.
No como un detalle, sino como una forma de respeto a los demás, como actitud, como disciplina personal: estar a tiempo para cumplir con sus obligaciones.
Es una forma de valorar el tiempo propio, pero también el de los demás.
Entonces, los escépticos, los que ni con los hechos se convencen, encontraron una fórmula: seremos puntuales cuando él esté.
Ya pasará la moda. Pero los que hemos ido entendiendo la partitura ya lo sabemos: no es una moda, es parte de un carácter, de un sentido del orden y de la eficacia.
Un modo de impregnar los hechos y hacer la diferencia. Porque en la política y el amor los detalles son importantes.
Las pequeñas cosas, los gestos, como en otras tantas cosas importantes de la vida, dicen más que muchas palabras.
En todo esto hay una visión acerca de la facultad de organizarnos, de gestionar nuestro tiempo y el ajeno; se desprende una vocación por la planeación de las actividades, por la coherencia y la búsqueda del bien común.
A veces esas pequeñas cosas recuerdan la satisfacción de hacerlo bien, y la gente muestra constantemente que aprecia eso.
Y dicen, una y otra vez, que ojalá esta forma de hacer las cosas continúe, se afiance, para que nunca más el tiempo de ellos, de sus vidas, vuelva a ser algo sin importancia.