“Ellos estaban manifestándose pacíficamente, quemando su muñeco, y vino un policía y les tiró una bomba que los obligó a dejar el limpio… Ahí se armó un corre, corre…” Estas fueron las palabras de una empleada de un comercio que está ubicado frente a una de las puertas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo –UASD-, donde el lunes de la Semana Santa se produjo un incidente cuando los estudiantes protestaban en rechazo a la decisión del juez Moscoso Segarra en torno al caso Félix Bautista.
En circunstancias parecidas, en la sede de la UASD en San Francisco de Macorís parece que se armó la “Tercera Guerra Mundial”, según se muestra en una foto que circula en la web, en la que se observan cientos de proyectiles de bombas lacrimógenas que fueron lanzadas contra los estudiantes y empleados que protestaban por igual razón.
Por su parte, en Bonao los estudiantes y empleados de la UASD denunciaron que habían sido agredidos por miembros de la Policía Nacional, quienes habían causados daños a la Universidad, violentando el fuero universitario, al tiempo de utilizar y disparar armas largas contra los manifestantes indefensos, que repudiaban la impunidad y la corrupción.
Estos acontecimientos se me parecieron a lo que cuentan nuestros mayores en relación a épocas ya superadas, como la de los Doce Años de Balaguer, en la que era frecuente la confrontación entre policías y estudiantes, cuando toda la sociedad dominicana luchaba por la conquista de las libertades públicas, y los jefes civiles y militares se empeñaban en mantener el mismo modelo de gobierno represivo y autoritario de Trujillo.
Aquellas eran jornadas titánicas en la que la juventud tenía una inspiración inmensa de luchar por un país mejor y muchos (as) estaban dispuestos (as) a dar hasta sus vidas por ese propósito, como ha quedado evidenciado en una larga historia de sacrificios humanos que demuestran el valor de aquellas generaciones.
En esas luchas de aquellos años siempre estuvo la esperanza de la democracia que se añoraba entonces, como en las protestas de estos días crece de esperanza de una mejoría de lo que hasta hoy se ha logrado, puesto que parece que,aún con todas las distracciones, una franja de la juventud comienza a despertar y a plantearse aportar energías en busca de nuevos y mejores horizontes.
Al igual que en el pasado, las formas de lucha y la manera de combatirlas reflejan dos perspectivas de la vida: la que esta dispuesta a morir por una vida mejor para todos(as) y la que esta dispuesta a matar para cubrir sus perversiones y hasta para hacer negocios, pues cada bomba lanzada por la policía “para frenar las manifestaciones de los estudiantes y el pueblo” cuestan alrededor de 150 dólares, unos 6,450 pesos. Por eso mi sospecha de que hay alguien que se beneficia del lanzamiento indiscriminado y masivo de bombas.
Me gustan los (as) estudiantes protestando por causas trascendentes, por cosas de importancia para el país. La juventud que lucha está liberada de la tentación de caer en las garras del vicio o la delincuencia. Y me resulta paradójico que la Policía y el gobierno resulten tan eficaces y eficientes para combatir la protesta, mientras se evidencian fracasados para enfrentar la delincuencia y la corrupción. Parece que es más fácil reprimir al pueblo que “hacer lo que nunca se ha hecho”: dar solución a los problemas, que estoy seguro acallaría todas las voces de protesta sin necesidad de tantas bombas y balas.
Lo que estoy proponiendo es que los que le temen a las protestas actúen preventivamente, resolviendo los problemas. Por eso creo que es hora de que el Presidente de la República ponga frente a esta situación de desorden moral por la que esta atravesando el país, la que nos hace aparecer como si no tuviéramos mandos, como si fuéramos una aldea sin rumbo donde cada quien busca sus propios intereses sin importar el daño que se haga a los demás.
Mientras tanto llegan las soluciones, los jóvenes vamos tomando conciencia de lo que realmente le conviene a nuestra nación y con la iniciativa de lucha vamos evidenciando que si se puede creer en la juventud dominicana, contrario a la creencia de que todo está perdido.
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