La muerte es uno de los momentos más difíciles de la vida.¿Culminación o redención?
¿Qué cuesta más sacrificio, aceptarla o entenderla?
Poco o nada se nos enseña a asumirla como parte de nosotros. A vivirla como un proceso natural de gran trascendencia.
La palabra muerte tiene tantas influencias negativas que debería ser sustituida en el vocabulario por otro término.
Si pudiéramos comprender que no somos un cuerpo con alma, sino un espíritu con un cuerpo temporal para transitar un ciclo de vida terrenal, la pregunta no sería ¿por qué morimos?, sino, ¿para qué tomamos el cuerpo físico?, ¿cuál es nuestra misión de vida?, ¿para qué abandonamos nuestro cuerpo y hacia dónde nos dirigimos en este infinito universo?
Muchos entienden que cuando un ser querido abandona este mundo está naciendo en otros planos de existencia, continuando con su libre evolución.
Si abandonamos el apego y el sufrimiento y activamos el amor incondicional hacia la persona que ha emprendido el viaje a otro mundo, los sentidos del alma podrán percibir la energía y el amor del ser querido que se fue.
¿Pero, es la muerte un tránsito de la vida?
Sí, la muerte es vista frecuentemente como un tránsito o continuación de la vida, no como un final absoluto. Especialmente desde perspectivas religiosas y filosóficas.
Planteándola como parte del ciclo vital y un paso hacia otra forma de existencia o plano superior, aunque biológicamente cesen las funciones vitales.
Muchas culturas y creencias la entienden como una transformación. Una puerta a una nueva vida o un encuentro eterno, más que una aniquilación, marcando el fin de la vida física, pero no necesariamente de la esencia.
Desde el punto de vista filosófico y cultural es un ciclo natural donde la materia se transforma, como en la naturaleza, donde esta da vida a otros elementos.
La idea de la muerte como tránsito es una forma de interpretar el final de la vida que ofrece esperanza, continuidad y significado, trascendiendo la visión puramente biológica del cese total.