Los dominicanos debemos concentrar todas nuestras energías en aplanar la curva de contagios del COVID-19, hasta que exista una vacuna, sin importar costos, porque se trata de preservar la vida de la gente sin la cual no hay economía, país ni empresas.
“Más vale perro vivo que León muerto” es una excelente máxima de la sabiduría bíblica y nos remite a pensar que todo se reconstruye, recomienza y se desarrolla si hay vida, si los seres humanos están aptos para impulsar la dialéctica de las cosas.
La garantía de recuperación económica es que estemos vivos y la confianza del turismo como motor del crecimiento y del empleo está intrínsecamente relacionada con nuestra capacidad de mostrar que tenemos controles.
Si República Dominicana se convierte en un campo minado del virus -con una percepción de alto riesgo a nivel internacional- no solo dejaremos de ser un destino turístico, sino que podríamos sufrir hasta fuga de capitales y desvío de flujos de inversiones.
En ese contexto, las nuevas autoridades no deben darse el lujo de improvisar en la conformación de los equipos económico y de salud, Tampoco, caer en la tentación de los compromisos de campaña para asignar funciones a quienes carecen de las competencias que se demandan.
Las circunstancias exigen una integración a gran escala de toda la sociedad para mitigar los estragos de esta pandemia, sin importar bandera política, concepción ideológica, religiosa, posición social, rango empresarial.
Partidos políticos y sociedad deben ser llamados a hacer sus aportes para desarrollar una estrategia-país frente a la emergencia sanitaria y, en especial, contribuir con la creación de conciencia en una sociedad que todo lo merenguea aunque la desgracia le esté invadiendo.
La transición gubernamental es siempre, en países de reducido desarrollo institucional, un espacio para revisar, auditar, denunciar, someter, exhibir lo que se ha encontrado, generalmente como forma de justificar ineptitudes y hasta de crear morbo.
En la agenda de prioridades -dadas las circunstancias- pan y circo no debería ser un foco relevante en la agenda del Gobierno, que si se distrae podría caer en un atascadero, mientras el país se convierte en un valle de muerte y desolación por el COVID-19.