Las emociones y sentimientos dizque importan más a la política que el raciocinio, dicen quienes saben. Así como Trump posee una amplia base de sustentación que prefiere no reconocer cuán reaccionaria y racista realmente es, el PLD cuenta sin decirlo con un profundo deseo de muchos dominicanos de mejorar su estatus socio-económico mediante el partidismo.
Por eso los afanes de la marcha verde y otros políticos minoritarios a veces exhiben un cándido rubor clasista, de desagrado o taimado rencor ante el enorme éxito político y económico de quienes consideran una gleba, rolitas, “tígueres” liderados por un “uasdiano” de Arroyo Cano y un “dominican-york” de Villa Juana.
Hay notables excepciones de críticos con sólidos motivos y razones, pero son poquitos.
Quienes alegan representar virtudes cívicas y valores como la honestidad, paladines del imperio de la ley y chapulines contra la impunidad, sean “progres” extra partido o políticos marginales, difícilmente sacarán alguna gata a orinar mientras pretendan desconocer esta dolorosa realidad dominicana: la corrupción molesta menos que la falta de oportunidad para corromperse.