Existe una cierta concepción de los derechos que los considera absolutos, un freno insuperable para todas las demás personas y, sobre todo, para el Estado.
Esta manera de entenderlos puede ser romántica, pero no es realista porque olvida una verdad elemental de la vida en sociedad: una persona solo puede tener derechos absolutos si nadie más tiene derechos.
Por lo general, este tipo de interpretaciones se relaciona con el extremismo.
De ahí que suelan ser los ultraconservadores quienes piensan que su derecho a la libertad religiosa puede servir para limitar los derechos ajenos; los ultraliberales (en el sentido europeo), quienes consideran que los derechos relacionados con la propiedad y la libre empresa son categóricos; los ultraizquierdistas, quienes entienden que los derechos sociales justifican que el Estado monopolice la actividad económica, por ejemplo.
Ninguna de estas interpretaciones es razonable. En el caso dominicano, la Constitución así lo establece cuando dice en su artículo 74.4 que en caso de conflicto entre derechos, los poderes públicos “procurarán armonizar los bienes e intereses protegidos por esta Constitución”.
Este tipo de situaciones se produce constantemente y son parte normal, y hasta esencial, de la vida en sociedad. Y aunque los jueces cumplen un papel importante en la definición de su alcance cuando se producen conflictos jurídicos, en realidad el recurso a los tribunales solo opera cuando la sociedad ha fracasado en su intento de proveer un equilibrio previo adecuado. O cuando el que existe ya no es útil.
De ahí que teniendo en cuenta la naturaleza fluida de la democracia, debemos siempre mantener abiertos los diálogos que conducen a los consensos sociales. Consensos que no son permanentes, sino que cambian en la medida en que lo hacen las condiciones y necesidades de los ciudadanos.
En mi opinión, la capacidad de participar en debates y de aceptar sus resultados es hoy más relevante que la inclinación ideológica de las personas. La convivencia democrática es más fácil con un demócrata que no comparte nuestra ideología que con un compañero ideológico que entiende que su forma de ver la vida es una verdad incontrovertible.
La vida en sociedad es un viaje en un barco pequeño que debe a veces sortear mares bravos. No llegaremos a buen puerto si no asumimos la creación de un clima de diálogo democrático que tome en cuenta nuestras diferencias y nos permita llegar a los acuerdos necesarios.
Esto incluye, indefectiblemente, un debate nacional sobre los derechos en los diversos ámbitos de la vida en comunidad y la forma en que debemos adaptarlos a la realidad que vivimos.