Epístola a la mujer que amo, en días de Navidad

Epístola a la mujer que amo, en días de Navidad

Epístola a la mujer que amo, en días de Navidad

Hoy que tú no estás he fijado mi pensamiento en ti, porque ahora comprendo lo injusto que he sido contigo.

Recuerdo, hace ya mucho tiempo, encontrándome solo y agobiado en mi cabaña, con la fe perdida y la mirada clavada en la rosa roja y perfumada que se encuentra no muy lejos del rincón donde me refugio cuando la tristeza me martiriza y me doblega, tú llegaste de repente como un Adonis caído del cielo, como un ángel de excepcional belleza y poderes milagrosos, y con un sincero y efusivo abrazo transformaste mi tristeza en alegría y pintaste de verde mi cara con la seda de tus manos.

Hoy de nuevo estoy triste, muy triste, y en mis cavilaciones y soledades he llegado a la conclusión de que tú mereces un pedestal más alto que el pedestal en que te colocó mi amor por ti.

Hoy quisiera hablar contigo, para que sepas que el destino me ha golpeado mucho desde el día que te fuiste, que estoy tan débil que mi voz ya es casi imperceptible y que tu prolongada ausencia borró la sonrisa de mis labios.

Hoy tengo necesidad de tu presencia para desfogar sobre tu página blanca este hermoso sentimiento aferrado al corazón, esta desgarradora realidad que llevo prendida en las frágiles paredes de mi alma.

Me hablan, y finjo que entiendo lo que dicen, sonríen, y yo también sonrío, lloran, pero yo no lloro, conforto a los que lloran porque sé que las lágrimas que brotan, ruedan y caen sobre la tierra, dejan en la fuente de su nacimiento volcanes incandescentes, llamas devoradoras, fuegos incontrolables.

Hace frío, mucho frío, y yo tengo calor, me estoy quemando por dentro porque tú no estás conmigo. Estoy solo, y la gente no entiende que necesito esta soledad para seguir viviendo.

No quiero oír halagos, no quiero que me hablen. Estoy enfermo, demasiado enfermo y triste para escuchar y comprender, cuando yo mismo en este estado de ánimo ni me escucho ni me comprendo.

Sólo quiero estar en mi cabaña con la puerta cerrada, sin nadie que estorbe mi soledad, con la esperanza de que tú vuelvas de repente, toques a mi puerta, me abraces efusivamente y me saques de este inmerecido abismo en que he caído.

Son días de Navidad.

Todos están felices y contentos, menos yo, porque tú me haces falta. Regresa por favor que mi tristeza te reclama desesperadamente, y quiero… ¡perdón!… te dije que no lloraba, y sin embargo, un absurdo y loco sentimiento acaba de traicionarme, a mí también se me escapó una lágrima.



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