Me llamó la atención hace varias semanas, que una persona de mi entorno, con estudios profesionales incluida una maestría en el extranjero, manifestara mucha desconfianza respecto de las informaciones oficiales acerca de la incidencia y medidas de prevención frente al nuevo virus que nos ataca, el de chikungunya.
Me impresionó cómo esa persona daba más crédito a rumores y versiones infundadas y que no se hubiese molestado en indagar en fuentes internacionales rigurosas y documentadas, como las de las organizaciones Panamericana y Mundial de la Salud (OPS y OMS) que proveen evidencias bastante rotundas coincidentes con las medidas e informaciones oficiales sobre el tema.
Lo mismo he percibido en algunos comunicadores, agentes de opinión, dirigentes sociales y personas que por su grado de educación e inserción social juegan un papel importante en la forma en que nuestra sociedad, las mayorías sobre todo, incorporan informaciones que influyen en actitudes y conductas colectivas.
No dispongo de datos ni sondeos ni información precisa al respecto, pero de lo que he observado directamente, en las redes sociales, en medios de comunicación digitales y preguntando a personas relacionadas, percibo que frente a la epidemia en curso nos encontramos en una mala situación de confianza hacia las informaciones y acciones que se están realizando.
Y me luce que buena parte de esa situación de confianza insuficiente es debida a que mucha gente que influye en cómo se percibe el asunto en la sociedad, no está actuando de la manera necesaria.
Esto es una expresión más de las dificultades que representa en nuestra sociedad la insuficiente cohesión social. Al parecer necesitamos hacer más que campañas informativas, necesitamos influir en la generación de confianza sobre lo que se informa.
Porque definitivamente, sin suficiente confianza no vamos a generar las conductas colectivas e individuales necesarias.
