Conversaba recientemente con una reputada maestra de las ciencias políticas, de gran reciedumbre moral, y se mostró sorprendida cuando le afirmé que existe una especie de epidemia en la elaboración de “tesis” por encargo, sobre todo en programas de maestrías que imparten universidades del país.
La realidad es que parece inverosímil, porque resulta chocante con el aspiracional de que la cualificación profesional representa un activo de alta significación para la República Dominicana en el marco estratégico de impulsar su desarrollo nacional sostenible.
Teóricamente se requiere del diseño y establecimiento de un conjunto articulado de mecanismos y procesos cualificadores de la formación profesional, y su aplicación rigurosa conforme a normativas, estándares internacionales y protocolos idóneos, respondiendo a criterios de pertinencia, relevancia, eficiencia y equidad social.
Dichos mecanismos y procesos, con carácter regulatorio y no regulatorio, habrán de incluir las evaluaciones requeridas para autorizar la apertura de instituciones de educación superior y de sus ofertas programáticas, evaluación diagnóstica para el ingreso a la educación superior y el seguimiento al funcionamiento de las instituciones y programas autorizados para asegurar su calidad.
Todo luce estupendo en teoría, pero cuando llegamos a la práctica nos encontramos con un camino de prácticas vergonzosas. Irresponsabilidades que atraviesan a estudiantes de grado, de postgrado, docentes y autoridades académicas.
En los últimos años he sido testigo de cómo maestrantes, buena parte financiados con recursos económicos del erario, ni siquiera realizan sus TFM, Trabajo Final de Maestría, sino que los pagan a otros que ni siquiera reúnen los conocimientos para la redacción de un artículo destinado a un blog rutinario de la web.
En mi rol de asesor de contenido de tesis en varias universidades he pasado por la vergüenza ajena de ver TFM que cuestionan la calidad y la supervisión de la educación superior dominicana.
Las faltas ortográficas, la redacción inadecuada, temas mal estructurados y hasta con nombres distintos a los de los sustentantes, evidenciando que los postulantes ni siquiera se ocupan de observar los más mínimos detalles y preceptos éticos.
La práctica nociva de elaboración de “tesis” por encargo, sin revisión ni rigurosidad científica, aflora una señal clara de que andamos mal en procura del propósito de crear una masa crítica de profesionales que sea capaz de impulsar investigaciones académicas y científicas que contribuyan al desarrollo del país.
Los cuantiosos recursos económicos que se invierten cada año en el financiamiento de becas nacionales e internacionales deberían haber sido suficientes para que la República Dominicana dispusiera de una amplia cohorte de investigadores que postulen para la publicación de artículos en revistas académicas de alto impacto y visibilidad.
La investigación es un proceso que abarca muchas variables, algunas de ellas complejas que retan constantemente no solo a los investigadores, sino, además, a las editoriales, a las universidades y a otros actores que concurren en la referida dinámica vital para la producción del conocimiento científico.
Hay que reconocer que la investigación científica en el siglo XXI afronta muchos desafíos, pero sin duda, uno de los más relevantes es lograr que los individuos se interesen y sean actores de un proceso de investigación continuo, en donde sea posible la articulación de diferentes escenarios estrechamente relacionados con el desarrollo humano como son la escuela, la universidad, el Estado y la sociedad.
Lo cierto es que ha llegado el momento de frenar definitivamente la vergüenza que significa la práctica de la elaboración de “tesis” por encargo. Corresponde, especialmente a las universidades, activar protocolos de supervisión y control que sirvan de antídotos para inocular a esa epidemia que frena el desarrollo nacional.