El hombre es educado, joven y emprendedor. Viste y habla de forma impecable. Su apellido hace juego con una actitud humana y creíble.
Casi me convence, pero no. Porque Rafael Paz, en representación del Consejo Nacional de la Empresa Privada (CONEP), recurre a la implantación del miedo, un recurso viejo utilizado para convencernos de que si hay un aumento en el salario: “esa medida arrastraría la pérdida de plazas de empleos”.[i] ¡Se avecina el fin del mundo!
¿Lo grave a su juicio? Que el aumento de empleados informales afecte la recaudación de impuestos, la competitividad a la empresa y la cobertura de la seguridad social.
¿Dónde está entonces la comida que va en la mesa? Y si hay un aumento de salario ¿no tendrían muchas madres algo más que miseria para alimentar a sus polluelos? ¿Habría de pronto menos niños en el trabajo informal?
Entre la guerra y la Paz hay un análisis redondo. Veamos más allá de esa lógica de pensamiento: si el salario mínimo cubriera al mínimo las necesidades mínimas de una familia promedio, a nadie se le ocurriría dejar la garantía de su salario para trabajar en un empleo informal.
¿Cuántos siglos llevan los pobres siendo pobres para cubrir con el excedente de la ganancia de una actividad económica toda serie de lujos de quienes no han sudado un peso pero resulta que son quienes lo merecen por obra y gracia de su apellido?
Un insensato promedio sabría que con 9 mil pesos no se hace gran cosa. ¡Apenas daría para comprar un juego de saco y corbata de los que un empresario promedio luce en las entrevistas de televisión!
Dicho de otro modo, va el poema “De ocho a cinco”
De ocho a cinco me pagan para no soñar/pero también de ocho a cinco/ todos los caminos de mi mano van a mí/alguien me dice que el deber cumplido/es la suma de mi salario/alguien me dice que la luminosidad del día/no me pertenece.
De ocho a cinco no debo escribir/sobre pájaros que comieron sus alas/lo justo es ofrendar las horas/y ayudar a construir un mundo ajeno.
Pero algún día todos seremos iguales/cuando el humo no luzca productivo/o el hambre se coma su miseria.