En la República Dominicana nadie está seguro, nadie puede sentirse invulnerable a la delincuencia. Ya hemos entrado a zonas extremas donde todo puede ocurrir.
Bien podemos ser víctimas de un asalto desde una motocicleta o desde una “yipeta”, en un sector popular o en una zona residencial. Una vivienda de un solo nivel puede ser objeto de robo, como también puede serlo un apartamento ubicado en un quinto piso. Por eso tanta gente tiene desconfianza, por eso vivimos una paranoia social.
Hoy no sólo reina la desconfianza en nuestro país, sino también un gran temor. Y no es para menos, además del gran crecimiento del delito, asistimos al agravamiento de la violencia criminal.
La delincuencia común y el crimen organizado crecen sin que las instituciones llamadas a parar esta situación hayan dado “pie con bola”.
Por el contrario, su comportamiento, que expresa poca constancia, eficacia y voluntad, es motivo de marcada inconformidad.
Como sociólogo me parece que la situación es alarmante y que ya hemos llegado a un momento de actuar con eficacia para detener esto. Muchas son las reflexiones que se han hecho en torno a porqué hemos llegado hasta aquí.
Pueden ser muchas las razones que han contribuido a la conformación de la realidad actual, pero no nos cabe duda que un factor de gran incidencia ha sido el desmesurado incremento del deseo de tener.
Quieren tener más los que mucho tienen y como es fácil entender también quieren tener los que poco o nada poseen.
Tener más es un deseo legítimo, lo que no es legítimo es aspirar a tener más por cualquier medio, saltando normas, leyes y principios.
No creo que lo que ahora vivimos es un producto de la “pasta” de que ha sido constituido el dominicano.
No creo del dominicano lo que el filósofo inglés Tomas Hobbes sostiene respecto al hombre (“el hombre es malo por naturaleza”), sino más bien, y siguiendo a Pedro Francisco Bonó, entiendo que hemos sido víctimas (y lo seguimos siendo) de las instituciones que hemos heredado, somos víctimas del dominio de estructuras excluyentes y de las inefables conductas de los que lo quieren todo para sí, sin pensar para nada en el derecho a la salud, la educación , la vivienda y la alimentación de la mayoría poblacional.
Lo que vivimos demanda rectificación inmediata y reforma profunda, o marchamos hacia una disolución social y moral.