Las etimologías ayudan a entender el significado simple y las sutilezas o ideas asociadas a ciertas palabras.
El pensamiento complejo requiere de muchos conceptos, pero las ideas profundas a veces pueden expresarse con elegante sencillez.
No recuerdo quién dijo que la claridad es la cortesía del filósofo. Veamos por ejemplo la palabra “éxito”, que viene casi intacta del latín en que significa “salida”.
Sus tres acepciones son “resultado feliz de un negocio o actuación”, “buena aceptación que tiene alguien o algo” y “fin o terminación de un negocio o asunto”.
Dos de las tres definiciones modernas incluyen la noción de negocio, tan ajena a los oficios cuyos practicantes presumen de asumirlo como sacerdocio, por ejemplo el periodismo. Se negocia comerciando, comprando o vendiendo mercancías o valores, para lograr riqueza.
Entonces, ¿es exitoso solo quien concluye feliz y lucrativamente sus ocupaciones?
¿O quien logra buena aceptación, el reconocimiento de la sociedad o de sus pares? Al acercarnos a la vejez definitiva, cuya alternativa es peor, ¿cuál éxito mereceremos? ¿Dinero, vergüenza, ambos, ninguno?