El feminicidio es un grave, lamentable y vergonzoso problema nacional. El año pasado hubo 165 casos de este tipo, es decir, 14 asesinatos de mujeres por mes.
Hoy se estima que somos el tercer país con más alto número de estos hechos en el continente. Sus efectos son funestos por la cantidad de niños y niñas huérfanos a que da lugar, los cuales, en la mayoría de los casos, portarán como huella indeleble serios traumas psicológicos.
El análisis del fenómeno se ha efectuado desde distintas perspectivas profesionales. Por ejemplo, las psicológica y psiquiátrica, ligadas al estudio de los trastornos del comportamiento humano, de la condición cerebral, de la ira, del autocontrol, de la ofuscación del razonamiento y del estado de estrés extremo del feminicida; la jurídica, que alude a instituciones y normas que promueven el fenómeno, y a legislaciones que lo pueden detener.
Otra perspectiva es la que estudia los hechos sociales intervinientes, así como el entorno dentro del que se da el feminicidio.
Dada la complejidad del fenómeno, para este proceso bien estaría que se analizara con un enfoque interdisciplinario, con vista a hacer proposiciones concertadas de enfrentamiento y solución a tan grave mal. En lo que a mí concierne me enfoco en lo que mejor puedo hacer, que es el abordaje de los factores socioculturales que inciden en su ocurrencia.
Un factor fundamental es el ambiente cultural machista, androcéntrico, en que crece y se desarrolla el hombre dominicano.
Se trata de una cultura patriarcal caracterizada por el hecho de que lo masculino rige o dirige las acciones de la sociedad.
El hombre es depositario del poder y lo ejerce arbitrariamente. No hay por tanto equidad de género.
El hombre es “propietario” de la mujer. Por eso cuando esta, por distintas razones, reclama, obtiene y practica su autonomía, encuentra que hay hombres que no están preparados para entender y aceptar una conducta que no es a la que la mayoría de ellos están acostumbrados.
Esos hombres, al encontrar resistencia, actúan criminalmente.
Hoy vivimos una nueva socio-sexualidad, la que está relacionada con la emergencia de nuevos valores. Vivimos el imperio de los sentidos, la revalorización del cuerpo humano, y en particular del femenino, la elevación de la sexualidad, la no represión sexual y la separación entre la vida sexual y la reproducción.
Estos son, en lo fundamental, méritos del Movimiento Feminista.
Estos cambios y su incomprensión, junto a las deficiencias institucionales que dificultan una acción preventiva y de protección de la mujer frente al hombre, además del escaso hábito de negociar y resolver conflictos por parte de la masculinidad negativa de nuestro país, suelen llevar a los trágicos desenlaces que experimentamos.
En ocasión del “Día Internacional de la Mujer” haré, en la próxima entrega, una serie de proposiciones sobre el tema.