Pude conocer a Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo) siendo apenas un niño. Él estaba reunido con un nutrido grupo de jóvenes debajo de un frondoso y hasta místico árbol de Javilla que cubría con su enorme sombra, de lado a lado, parte de la carretera que conecta a Tamayo con Monserrate, los bateyes del ingenio Barahona y Neyba, en el Sur Profundo.
Alrededor de esta mata de Javilla se tejió todo tipo de supersticiones y creencias. La gente crédula sentía temor al cruzar por allí de noche. En ese lugar se entrecruzaba la oscuridad nocturna y los zumbidos silenciosos de los vientos producidos por las ramas infinitas del enorme árbol.
Los parroquianos relataban que de noche aparecían “fenómenos raros” y que debajo de su inmensa frondosidad se alojaba y dormía sueños profundos “el bacá de la Viuda Batista”.
Me contaba Petronila Féliz (Pechón) madre de mi difunta esposa Luz Virginia, que una noche iba para Monserrate a pie acompañada de su hija y que, en medio de la oscuridad, observó a distancia una gigantesca luz que iluminaba el morrocotudo tronco de La Javilla. La luminosidad se aproximaba a gran velocidad hacia ellas y pensaron que se trataba de un vehículo, lo que le alegró porque la extraña luz destellaba por todo lo ancho y largo de la carretera.
La sorpresa vino cuando, conforme la luminaria parecía aproximarse, realmente se alejaba. Y para su asombro esta desapareció una vez cruzaron por el árbol envolviéndoles entonces una misteriosa oscuridad que apenas les permitía palparse las palmas de las manos. La iluminación reapareció y le acompañó otra vez, y se fue extinguiendo lentamente a medida que llegaban a Monserrate.
La “Viuda Batista” era la propietaria de los terrenos donde estaba La Javilla. En esas tierras pródigas –que los pobladores llamaban la “finca de la Viuda Batista”- se cultivaba plátanos, guineos, cocos y frutales. Luego de fallecido el esposo, esta afanosa mujer crio una bella y formidable familia de profesionales: los hermanos Batista, los cuales, de estirpe revolucionaria, eran conocidos militantes del Movimiento 14 de Junio.
Mis recuerdos se acentúan más en Toño Batista porque no solo era el más activo sino que, además, fue a quien visualicé en la reunión de Tavárez Justo con jóvenes de Tamayo y zonas aledañas. Toño descolló después como un connotado dirigente estudiantil y del movimiento de izquierda en Barahona.
La reunión se desarrollaba en completa tranquilidad, debajo de esta impresionante mata ubicada en aquel sitio aislado y tranquilo, fuera del poblado; cobijado, en plena mañana, por las verdes y espesas ramas de La Javilla. En mi curiosidad de mi niñez, pude visualizar a Tavárez Justo, un hombre joven, esbelto e impecablemente vestido, acentuada calva, bigote y una gafa oscura mientras se dirigía a los presentes con ímpetus y palabras orientadoras.
Era entonces un “carajito” y más que por simpatía política, me monté seguro que por travesura infantil, en la camioneta que usaba una marcha de la Unión Cívica Nacional (UCN) al frente de la cual estaba mi tía Estervina, una furibunda seguidora del líder cívico Viriato Alberto Fiallo. La caravana de los cívicos se detuvo en la carretera, justo frente a la reunión que realizaba Tavárez Justo. A través de un megáfono los cívicos lanzaban un estribillo musical y su slogan de campaña con la intención de boicotear el encuentro de los catorcistas.
“Sombrerito e’ cana, Unión Cívica…
Sombrerito e’ cana, Unión Cívica…”, insistían.
Pese a ello Manolo Tavárez y los catorcistas continuaron imperturbable su encuentro. La pertinencia de las bocinas y los slogans de los cívicos alteró los ánimos de aquella juventud impetuosa que se abalanzó contra los partidarios del sombrerito de cana, obligándolos a ceder y retirarse raudos del lugar.
La recia y convincente personalidad de Tavárez Justo me impactó de manera decidida, haciendo a partir de entonces que comenzara a menguar mi simpatía por los cívicos y viera un horizonte en los catorcistas, pese a que mi padre era el presidente de la UCN en la comunidad. La presencia de Tavárez Justo en aquella visita a mi pueblo me inclinó, primero a querer conocer su pensamiento, y después a ser un humilde simpatizante de su corriente política.
Cosa de muchacho, dirían en mi región.
Recuerdo que cuando tenía más edad, que era un jovencito, asumí responsabilidades en el movimiento estudiantil del liceo de Tamayo como militante, obviamente, del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, transformado luego en Línea Roja.
Transcurría un espléndido día de los años 70 cuando regresando del liceo recibí un mensaje del doctor Plinio Matos Moquete, uno de los dirigentes de izquierda más buscado por las fuerzas de seguridad del gobierno, me invitaba a una reunión en la capital. Plinio, es oriundo de Tamayo, vecino y amigo de mis hermanos. Supe después que éste llegó a reunirse en la clandestinidad con varias personas de la población, profesaran o no simpatía por la izquierda política del país.
La revelación
Un médico que laboraba en el centro de salud de Tamayo, que apodaré “César” para los fines de esta crónica, se me acercó para decirme que viajaría en los próximos días a Santo Domingo y que si lo deseaba podía irme con él. No sé cómo se enteró, pero al parecer estaba al tanto de la invitación que me hizo Matos Moquete. Le dije que sí, pues no tenía de otra, era un mozalbete que no trabajaba y si pedía dinero para ir a la capital corría el riesgo a despertar sospecha en mi familia y tendría que dar explicaciones que en el momento no eran pertinentes.
En el trayecto el galeno me dijo que me diría algo poco conocido en el país, lo que me intrigó bastante y pregunté de qué se trataba, revelándome entonces que era un sobreviviente que se había enrolado en la guerrilla que se alzó en armas con el líder del 14 de Junio Manuel Aurelio Tavárez Justo a la cabeza. Relató que el dirigente catorcista fue engañado cuando subió a las “escarpadas montañas de Quisqueya” para reclamar la vuelta a la presidencia del profesor Juan Bosch, luego del golpe de Estado de 1963.
La “corrida de velo” que hizo “César” al darme a conocer este dato inédito para mí, un bisoño de la vida y de la política, me dejó anonadado. Cuando me recompuse, sentí distensión y hasta cierto ego al acompañar a un profesional que comencé a ponderar en mi ser interior, como un verdadero combatiente revolucionario, una persona que había sido capaz de intentar inmolarse por su patria.
-“Nosotros éramos parte del grupo de hombres que tomamos las armas para subir a las montañas junto a Manolo. Fui enrolado en uno de los frentes, no en el que él estaba”, expresó César.
–“Actuábamos empujados por el fervor patriótico, sin entrenamiento militar y con fusiles dañados. Supimos después que muchas de estas armas eran inservibles, que algunas no disparaban y que habían sido suministradas por contactos con agentes extranjeros. Creo que caímos en una trampa”, me relató.
En el discurrir de la conversación el galeno contó que al parecer el movimiento catorcista había sido infiltrado y que las armas fueron suministradas alevosamente por agentes extranjeros. En el momento no entendí, tal vez por mi poca madurez, la magnitud de la revelación de este combatiente.
Encuentro de película
Llegamos temprano a la capital. El galeno me dejó en una casa del sector de San Carlos, allí me recibió una señora que informó que el hermano de Plinio pasaría en breve a buscarme y me llevaría donde el comandante. Esperé durante un buen rato en la sala de la casa, pero era casi el mediodía y no había llegado nadie.
No volví a ver más a la mujer que en principio me recibió con mucha amabilidad pasada las ocho de la mañana en esta residencia sancarleña, donde vi que llegaban algunos jóvenes que saludaban, seguían a la parte posterior de la vivienda y momentos después salían. Nadie se me acercaba ni siquiera a preguntar por mi nombre, lo que me estaba inquietando.
Al mediodía se apareció el hermano de Plinio, me saludó efusivamente y me dijo que le acompañara. Salimos y caminamos varias cuadras y llegamos a otra casa donde entramos y me pidió que le esperara allí que él regresaba en breve. Pensé que en cualquier momento aparecería Plinio, pero no fue así. Momentos después volvió su hermano y me solicitó que le acompañara nuevamente. Salimos y caminamos otra vez varias cuadras en el mismo sector.
Entramos a otra residencia y allí nos esperaba un almuerzo que lo comí opíparamente. El hambre me estaba matando, aunque como buen hombre del campo, lo disimulaba muy bien. Era casi las dos de la tarde. Apenas había terminado de comer cuando éste regresó y me invitó a que saliéramos a caminar.
–“Vamos a llegar allí”, me dijo.
Bajábamos por la calle Jacinto de la Concha cuando el hermano de Plinio me pidió que subiera a una camioneta cargada de cilindros de gas licuados. El vehículo estaba estacionado frente a la Asociación de Comerciantes Detallistas, me monté y desde el mismo vi que se aproximaba aquel hombre de contextura fuerte, de caminar pausado que venía sereno con un bulto debajo del brazo y sin ningún acompañante. No conocía personalmente a Plinio, ya que éste salió de mi pueblo cuando yo todavía era muy pequeño.
-“Hola, cómo estás”, dijo con sencillez y se montó a mi lado en la camioneta.
El conductor, que pude observar tenía acento español y era de baja estatura-un españolito, me dije-, arrancó a toda velocidad, recorriendo diferentes calles hasta llegar a la avenida Máximo Gómez. En ningún momento ni el conductor ni Plinio me dirigieron las palabras, hablaban entre ellos de manera muy sosegada. No parecía una persona que era perseguida tenazmente por todos los círculos de seguridad del Estado.
En el trayecto escuché que Plinio instruía al conductor para que avanzáramos por el frente de la residencia del entonces presidente Joaquín Balaguer y entráramos al recinto de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) mientras razonaba que sus perseguidores no iban a pensar que pasaría por la residencia del mandatario, que era fuertemente vigilada y él era minuciosamente buscado por todo el país.
En un momento preguntó por mi familia, particularmente por mi padre Eloy y mi hermano Bernardo. Hicimos otro silencio hasta que llegamos a terrenos universitarios, donde me llevó a la cafetería que administraba el francomacorisano Ramón Alberto Ferreras (El Chino) en la facultad de Economía de la universidad estatal, donde conversamos ampliamente. El Chino, recuerdo era un legendario y respetado editor y luchador revolucionario que tuvo a su cargo la publicación del periódico “Patria” durante la Guerra de Abril de 1965.
El viaje desde Tamayo en que el médico me dijo lo que él cree que pasó con Tavárez Justo en Las Manaclas y luego este encuentro con Plinio, un hombre que fue perseguido con sañas, me llevan a meditar sobre tantas gentes, que como los héroes del 14 de Junio estaban “llenos de patriotismo”, se enamoraron de sus ideales y que todavía esperan la realización de este hermoso sueño patriótico de libertad, igualdad, justicia y patria libre. La guerra la ganó el enemigo, no hay dudas.
*El autor es periodista