Más de 55 años ha que fue publicado el libro “Mis 500 locos”, escrito por el doctor Antonio Zaglul, psiquiatra que durante algun tiempo dirigió el Hospital Psiquiátrico Padre Billini, en la postrimería de la dictadura trujillista.
Aparte de los asombrosos personajes descritos en sus páginas, que se desplazaban entre lo cómico y lo trágico, el libro es un llamado a la sensibilidad que, según el autor, buscaba la comprensión hacia el enfermo.
El doctor Zaglul no pidió a nadie prologar su obra para que no se repitiera lo ocurrido con el libro “Locos Egregios”, de la autoría del psiquiatra español Juan Vallejo Najera, que fuera prologado por el escritor peruano Felipe Sassone bajo el título “Me quedo afuera”, como negación a entrar en el “Manicomio”, aún cuando el escrito trataba sobre pacientes ilustres, que con sus acciones habían impactado a la humanidad.
En su libro el doctor Zaglul se sentía esperanzado porque, decía, “…está afluyendo a nuestro país sangre nueva de psiquiatras… y aspiramos a organizar una escuela de psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales para enfermos mentales, a fin de dar el máximo de ayuda al olvidado loco…”
En esa búsqueda se le fue la vida al doctor Zaglul. Y evoucionaron los paradigmas de abordaje de las enfermedades mentales. Y se vaciaron los manicomios, antiguos antros de maltratos y suciedad. Y los enfermos ahora “se tratan” en las casas de sus familias.
Y la industria farmacéutica ha mejorado los medicamentos para tratar todo el catálogo de los “Renglones torcidos de Dios”, como le llamó el escritor español Torcuato Luca de Tena en su novela sobre los enfermos mentales.
Lamentablemente, los sueños del doctor Zaglul se han desriscado. Hoy las personas con discapacidad intelectual, que además padecen la peor de las enfermedades que es la pobreza, están más abandonadas que nunca. Se puede decir que no importan a nadie.
A este drama se enfrentan milies de familias dominicanas que tienen en su seno algún integrante padeciendo estas enfermedades. Los profesionales de la psiquiatría que están en el sistema hospitalario no dan abasto y, peor aún, si lo que recetan no es acequible, de poco sirven las consultas.
Y las consultas privadas son inalcanzables para el pueblo y no son cubiertas por los negocios llamados aseguradoras.
Las familias donde hay algun enfermo psiquiátrico se ven obligados a mantenerlos encerrados, amarrados con cadenas o atados a cepos. Y no siempre en las mejores condiciones higiénicas y alimenticias.
En este drama la familia va gastando sus energías y esperanzas. Más bien, se va desgastando toda humanidad y toda dignidad, hasta convertirse en una mueca acusatoria a la solidaridad colectiva, a la sensibilidad y los valores sociales. Y es un cuestionamiento al modelo sanitario que nos gastamos.
Recuperar a todos los seres humanos enterrados en tinieblas porque no tienen un diagnóstico psiquiatrico y un tratamiento medicamentoso sostenible, debe ser compromiso del país, para dejar atrás estos “renglones torcidos” fruto de la indiferencia.
Como diría el doctor Zaglul, al explicar la razón fundamental de su obra : “Comprender al enfermo mental y ayudarlo, es todo lo que pido.”
Se requiere un esquema sanitario de calidad para todos. En esa tarea, como lo habría querido el doctor Zaglul, nadie puede quedarse afuera. Los enfermos mentales también tienen derechos humanos.