Encuestas fantasmas y zombis

Encuestas fantasmas y zombis

Encuestas fantasmas y zombis

JOSE P. MONEGRO

Se ha convertido en costumbre en los últimos procesos electorales utilizar nombres de empresas, fantasmas o zombís, para divulgar números acotejados con el apodo de encuestas.

Una bendita Ley Electoral obliga a la Junta Central Electoral a tener un registro de las «firmas encuestadoras autorizadas», pero no le da ninguna herramienta para depurar la calidad del trabajo que realizan ni les impone sanciones.

Pero lo cierto es que poco puede hacer la Junta en ese sentido porque ¿cómo probar de manera contundente que los números que da una firma son los falsos y que la de la otra son los verdaderos?

El primer filtro debieran ponerlo las firmas encuestadoras que realmente hacen un trabajo serio, denunciando a las que no. Pero eso tampoco ocurrirá porque se pudiera ver como un «lloriqueo de la competencia».

Esas firmas encuestadoras de alquiler arman sus propios números y en el mejor de los casos, las que realmente hacen un levantamiento, distorsionan los cuestionarios para arrastrar por los moños respuestas que luego son usadas de forma propagandísticas.

Hay famosas firmas encuestadoras que son reincidentes en cada proceso político en ponerse al servicio de los intentos de falsear la realidad de sus clientes con la intención de crear «percepción». Las hay también que hacen cuestionarios absurdos o llegan a conclusiones torcidas para «posicionar posiciones».

Peor no voy a buscar la paja en el ojo ajeno. En mi condición de ejecutivo editorial tengo una gran viga en el ojo. Los medios periodísticos sabemos de esa situación y conocemos las «encuestadoras de alquiler», pero bajo un falso concepto de equidad, un irresponsable temor a que nos acusen de tendenciados o simplemente porque sucumbimos a las presiones, le damos cabida a esas falsas encuestas.

Como periodistas no estamos obligados a divulgar lo que sabemos es falso o que no tiene rigor cuando se trata de un instrumento científico como son las encuestas. Pero lo hacemos, casi siempre revestidos de buena fe, en la búsqueda de equilibrar o dar oportunidad a todos los actores.

Darle cabida a esas firmas sabiendo que carecen de seriedad nos convierte en cómplices de que esa perversa práctica hayan tomado cuerpo y que sea parte del instrumental de campaña.

No quiere decir que las firmas serias son aquellas que acierten con el resultado de los procesos que miden, pues hay fenómenos que pueden alterar las decisiones de los conglomerados.

También hay encuestas que dan números falsos con la intención de justificar acciones futuras tendentes a alterar la realidad que era la cierta al momento de publicitarse.

A veces, a principio de cada proceso, nos proponemos no darle cabida a esas entelequias pero finalmente terminamos sucumbiendo ante las presiones de los candidatos, los partidos y hasta de los amigos (casi siempre sutiles).

Lo correcto es que las mentiras o manipulaciones solo sean divulgadas para demostrarle a quienes hayan podido creer en ellas que se trata de mentiras o manipulaciones. Pero no siempre se hace lo correcto, aunque sea inspirado por buenas intenciones.