Encuentro en “la Isla del Amor”

Encuentro en “la Isla del Amor”

Encuentro en “la Isla del Amor”

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Ayer, y por varias horas, viví una experiencia cuyas imágenes, muy intensas, han permanecido durante toda la noche y el día en mi pensamiento, como si uno se recostara en un prado de hierbas, bajo un cielo muy azul y miles de mariposas sobrevolaran frente a nuestros ojos mostrando sus maravillosos colores y peculiares diseños como un obsequio de la naturaleza para despertar nuestra sorpresa y sentido de lo extraordinario.

Se nos invitó a la inauguración de un arbolado islote dotado de todas las comodidades modernas sin desmedro de su naturalidad y bautizado, románticamente, con el nombre de “la Isla del amor”.

Distante a unos cuarenta minutos de Managua, se accede desde una de las barcazas que parten desde el puerto Salvador Allende y se desplazan a través de las apacibles aguas del multicolor lago Xoatlan seguidas por nubes de una pureza fascinante.

El nuevo proyecto, cuya finalidad es ampliar las opciones de diversidad y entretenimiento de los habitantes y visitantes de Managua es de una belleza tan sobrecogedora como impactante.

Es como un ensueño la mirada a las quietas aguas del lago mientras se camina por senderos de piedra amparados por un bosque cuyo verdor se extiende en incontables direcciones. A la parte más encumbrada se asciende por escaleras de madera, piedra y hormigón mientras se percibe una naturaleza cuyo olor y diversos tonos siempre están presentes.

Las facilidades se extienden desde escenarios, amplios comedores, salones para espectáculos artísticos y presentaciones, servicios de hotel y espacios de esparcimiento y arte creados por la naturaleza y recreados por el hombre en capacidad de acoger centenares de admirados visitantes.

Creo que en mi alma se produjeron sentimientos encontrados a ver infinidad de personas compartiendo alegre, pacífica y amistosamente en los ambientes tan acogedores. Admirando las danzas y dramatizaciones de jóvenes duchos en el oficio y de una profesionalidad encomiable.

Bellísimas muchachas interpretando canciones de amor y pasión de todo el acervo latinoamericano con una maestría realmente dignas de admiración y elogio. Me llamó la atención el ambiente tan cálido, la proximidad y la gentileza de las personas, las conversaciones amenas, la sonrisa en el trato, la obsequiosidad tan franca y atenta del personal.

En algún momento me retiré a una cierta distancia y observando la conmovedora belleza del lago, la brisa tibia y agradable, el relativo silencio, la intensidad del verdor de los árboles y los arbustos, y medité como en todos los momentos en la tierra distante en la que me correspondió la dicha de nacer.

Recordé aquellos tiempos en que las personas eran cercanas, familiares, solidarias. El saludo de las mañanas, el cuidado extremo de los padres hacia sus hijos, las caminatas seguras hacia la escuela y el colegio, la brisa fría de las mañanas, los aguaceros que nos obligaban a recogernos en encuentros para contarnos historias, la silenciosa y ya perdida belleza de Gascue, las sonrisas suaves y cálidas de nuestras mujeres y el gesto amable de nuestros jóvenes y nuestros niños, la rigurosa y entregada atención de nuestros profesores y nuestros mayores, las ciudades desbordadas de pinos, almendros, mangos, pajarillos y flores.

Pensé en los largos paseos que hacíamos los alumnos del colegio Loyola y Calasanz a través de los acantilados del malecón, el rumoroso Mar Caribe, el cielo azul, el silencio de las tardes y las mañanas, las sonrisas, la canción ininterrumpida de las avecillas que jugueteaban entre las hojas de las palmas, las acacias, los almendros.

Me pregunté hacia dónde partió nuestra sonrisa, nuestro sentido de la amistad y la solidaridad, el calor de la amistad verdadera, la lectura de Dumas y Hugo, de Dostoievski, de Gogol, de Tolstoi, de André Gide y de Marcel Proust. Decidí, mejor, caminar por los senderos arbolados, empedrados, verdes y perfumados de «La isla del amor» y soñar conque, alguna vez, volvamos a ser lo que una vez fuimos.

 

 



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