Ante los dolorosos accidentes que, con pérdidas de alrededor de veinte vidas humanas, ocurrieron hace poco en la carretera del Nordeste, me abstuve de recordar mi artículo titulado: “Arreglen esa carretera o ciérrenla”. No quería, ni mucho menos, aparecer como los buitres.
Pero debo señalar ahora que en mi escrito de entonces resaltaba el peligro de transitar por esa vía, contaba mi propia experiencia, de la cual tuve la suerte de salir ileso junto a mi esposa y mi sobrina, y sugería que no se esperara una gran tragedia para entonces aparecer los dueños de la carretera y las autoridades teorizando sobre las causas de las tragedias y prometiendo medidas y soluciones. Como desgraciadamente sucedió.
Se produjeron los accidentes y acto seguido aparecieron los propietarios de la vía y los funcionarios oficiales en las páginas de los periódicos y las pantallas de televisión.
De paso, y entre otras, salieron a relucir dos cosas de mucha trascendencia. Lo leonino del contrato mediante el cual el gobierno le entregó la vía pública a empresarios privados, la una; y que la carretera tiene vicios de diseño, la otra. Sobre lo primero, hasta se habló de la posibilidad de que el Estado recupere la vía. Pero eso está por verse.
Mientras tanto, la carretera sigue abierta y los riesgos de accidentes siguen amenazando a los que viajan por ella. Se anunció que aumentarán la vigilancia en la pista y se instalarán radares que adviertan a los conductores sobre los límites de la velocidad. Todo eso está bien, pero el fondo del problema sigue intacto.
Aunque no sé de ingeniería, el sentido común me dice que si el fallo está en el diseño eso no se corrige con policías por más esmero que estos pongan en controlar la velocidad y hacer cumplir las señales de tránsito.
Es preciso que se vaya a lo esencial y resulta que, desde que pasó el escándalo de la tragedia más reciente, nadie ha vuelto a decir nada. Por eso, si no es demasiado pedir, a mí me gustaría saber en qué ha parado el asunto de esta bendita carretera que, por más que se alegue lo contrario, es una grave amenaza de muerte. Y yo puedo decirlo por experiencia propia.